COMO LOS ÚLTIMOS SAMURAIS
¡Ah, liberarse del uniforme!
Lo más grande en esta vida es tener una pareja en verano…
¿Cómo se puede renunciar
a vivir exaltado como un general rodeado de un cortejo de brazos y besos en una mañana de domingo?
¡Ser libre para jugar
con tus propios pensamientos ante una piel aturdida por el placer y nadar desnudo, sin amarras, harto de la retórica patriotera escrita por mentes enfermizas!
No hay fines de semana
para los soldados ahora que se esconden para poder dormir.
Las guerras braman,
la tierra se lame sus heridas y los bosques sufren incendios desconocidos hasta ahora: napalm, bombas de racimo, fósforo radiactivo.
Nada va a ser igual en los ojos
de los habitantes supervivientes de esas ciudades después de ser bombardeadas con el fuego del infierno.
La ética de los samuráis
desapareció con su orgullo y las reverencias hacia los poderosos es la única moneda que crece al lado del yen.
Sin embargo, en el país del sol naciente,
fresco y sonrosado se eleva el astro rey y avanza el mar en la lejanía azul correteando por sus canales,
avanza el viento sobre el pecho del mar
dirigiéndose a tierra, el gran viento constante del este o del sudeste, avanza ágilmente con las espumas blancas como la leche de las aguas.
Ese viento que ríe con risa de muchacha
es eso que, invisible, viene y canta, calienta y canta, acaricia y canta, que murmura en los arroyos y
cae en chaparrones sobre la tierra;
eso que reconocen los pájaros en los bosques,
en la mañana y en la tarde, y reconocen las arenas de la playa y las olas sibilantes y el estandarte que sostiene
las fibras que flamean
y flamean allá en lo alto.
¡Ah, liberarse del uniforme!
Lo más grande en esta vida es tener una pareja en verano… ¿Cómo se podría no comprender al samurái que olvido su espada en la arena de una playa mientras,
entre las últimas sombras de la noche,
fresco y sonrosado se elevaba el sol.
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