La jueza dictando su razonada sentencia
ANTES DE UN JUICIO: LYCOPODIUM 200 CH
Con un retraso de once años,
dos meses y cuatro días se dio paso a la fase de Audiencia Pública de aquello a lo que las enciclopedias dedican páginas y páginas: EL JUICIO.
La investigación formal
concebida para demostrar y dejar constancia de la inocencia sin mácula de jueces, abogados, fiscales y miembros del jurado estaba en su punto álgido y para conseguir tal fin se necesitaba en la sala, la presencia del contraste visible: EL REO, PRESO o ACUSADO.
Por si el contraste no estuviera claro
se le debió acusar además, como a otros acusados, de revolucionario que por lo general se trata de un ser humano o socialista, pero en la Edad Media también se juzgaba a animales, peces, reptiles e insectos.
Sí, sí, esos juicios a las cosas
estaban a la orden del día, pero pensemos que hasta los años 70 del siglo pasado en España se condenaba –en los cuarteles- a motos por haber atropellado a alguien recluyéndolas perpetuamente en el garaje; o, se arrestaba a la bandera de un cuartel por haberse sometido en sus dependencias a una borrachera colectiva de alcohol y putas.
A los insectos que asolaban los campos
de cereales, los huertos y los viñedos, eran citados a declarar por el fiscal ante un tribunal civil;
si después de su declaración,
defensa y condena continuaban "in contumanciam", el caso se llevaba a un tribunal eclesiástico superior, donde se les excomulgaba y anatematizaba solemnemente de forma que sus hijos no pudieran ir a ninguna escuela jesuita.
En Nápoles se sentenció a un burro
a morir en la hoguera, aunque debido a la intersección de los franciscanos, no llegó a ejecutarse.
En la Suiza de 1.451,
se entabló un pleito contra las sanguijuelas que infestaban algunos estanques de los alrededores de Berna, y el Obispo de Lausanne, siguiendo las recomendaciones de los profesores de Heildelberg, dictó que algunos de aquellos "gusanos acuáticos" fueran detenidos y presentados ante el magistrado local.
Así lo hicieron,
y a las sanguijuelas, tanto las presentes como las ausentes, se les ordenó que abandonaran los lugares que habían infestado antes de tres días, so pena de recibir "la maldición de Dios". Las crónicas de la época no relatan si se cumplió la condena.
Todas esas condenas recaen
sobre las atribuladas mentes de Jueces, abogados, fiscales, miembros de jurados, llenándolos de ansiedad. A pesar de ello se esfuerzan en ir pulcramente vestidos y demuestran su voluntad de personalidad esotérica e inmaculadas se revestirán con la toga –negra; claro.
Sufren, después de leídos los sumarios
de una fuerte falta de confianza en sí mismos, pero gracias a las investigaciones de un modesto Alférez médico se descubrió -ya hace unos cuarenta años-, que
su dignidad y pureza salen a flote
tomando la salvaje medicina LYCOPODIUM 200 CH, que con sólo un gránulo se puede ganar un juicio. Es decir, después de tomar esa medicina les importará un bledo si el acusado era o no culpable.
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