10 nov 2012

EL DIABLO Y LA MELANCOLÍA

                El Diablo y la Melancolía

 

Hay días que ves

que el mundo se muestra, homogéneo y estable.

 

El sol de las ocho resbala

lentamente sobre las playas en suaves pendientes construidas por la pleamar nocturna;

 

los edificios antiguos y los modernos

bloques de apartamentos se codean sin animosidad manifiesta.

 

Otros días, en cambio, muestran

claramente que en este mundo ya no es fácil respirar y ya no nos inspira más que obvia desidia, un deseo de huir sin esperar ni una vuelta de  más o de menos:

 

ya no se leen ni los titulares

de los diarios, hay muchas quejas de falta de trabajo y de amor, pero aun así este es el mejor de los mundos.

 

Quisiéramos regresar a la casa

que nos acogió y vio crecer nuestras ilusiones, donde soñaron nuestros padres bajo el ala de un arcángel;

 

quisiéramos rencontrar esa moral

extraña aprendida mientras hacíamos acopio de gestos y silencios que santificaban la vida hasta sus últimos suspiros.

 

Realmente era difícil saber qué queríamos

antes de la edad de cincuenta años, pero era fácil creer en algo así como una fidelidad,

 

como un enlazamiento

de suaves dependencias que no sobrepasara y contuviera la existencia dentro de unos límites razonables.

 

Parece que aún no hemos aprendido

A manejar los días y las noches, a pesar de que llevamos dentro, en el fondo de nuestro espíritu, una antigua esperanza

 

como la de los marineros

que se hacen a la mar con indiferencia; como nosotros, sienten fuerte la soledad, y, sin embargo, como nosotros, sonríen.  

 

Todo eso entra dentro de lo esperado

por los responsables de las familias y/o de las autoridades locales, pero mucha gente aun no ha oído siquiera lo que puede hacer el demonio por sí mismo; y,

 

lo que puede llevar a cabo

por medio de sus instrumentos, que son muchas veces peores que él mismo, y por satisfacer su venganza y codicia causan más perjuicio.

 

Hay mucho mal

que no se habría hecho nunca si no hubiera sido provocado por las brujas. El demonio no se habría aparecido en la forma de Samuel si la bruja de Endor le hubiera dejado solo;

 

o no habría representado las serpientes

en presencia del Faraón si los magos no le hubieran incitado a ello.

 

Los hombres y los animales

podrían andar libremente –insiste Erastus- si las brujas le hubieran dejado tranquilo.

 

La actitud de Paracelso

de tomarse en serio a las brujas se va imponiendo poco a poco en el mundo occidental:

 

"Se ríen indignados –decía el famoso sabio-

por los designios de los terrores mágicos, los sueños visionarios, las maravillas portentosas, los diablillos, los duendes nocturnos y los hechizos".

 

Pero esa hipótesis

es la que mejor explica las causas de muchos trastornos y en especial la melancolía: una sola imagen demoníaca puede disparar multitud de síndromes neurológicos.
                                            
 

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