El Diablo y la Melancolía
Hay días que ves
que el mundo se muestra, homogéneo y estable.
El sol de las ocho resbala
lentamente sobre las playas en suaves pendientes construidas por la pleamar nocturna;
los edificios antiguos y los modernos
bloques de apartamentos se codean sin animosidad manifiesta.
Otros días, en cambio, muestran
claramente que en este mundo ya no es fácil respirar y ya no nos inspira más que obvia desidia, un deseo de huir sin esperar ni una vuelta de más o de menos:
ya no se leen ni los titulares
de los diarios, hay muchas quejas de falta de trabajo y de amor, pero aun así este es el mejor de los mundos.
Quisiéramos regresar a la casa
que nos acogió y vio crecer nuestras ilusiones, donde soñaron nuestros padres bajo el ala de un arcángel;
quisiéramos rencontrar esa moral
extraña aprendida mientras hacíamos acopio de gestos y silencios que santificaban la vida hasta sus últimos suspiros.
Realmente era difícil saber qué queríamos
antes de la edad de cincuenta años, pero era fácil creer en algo así como una fidelidad,
como un enlazamiento
de suaves dependencias que no sobrepasara y contuviera la existencia dentro de unos límites razonables.
Parece que aún no hemos aprendido
A manejar los días y las noches, a pesar de que llevamos dentro, en el fondo de nuestro espíritu, una antigua esperanza
como la de los marineros
que se hacen a la mar con indiferencia; como nosotros, sienten fuerte la soledad, y, sin embargo, como nosotros, sonríen.
Todo eso entra dentro de lo esperado
por los responsables de las familias y/o de las autoridades locales, pero mucha gente aun no ha oído siquiera lo que puede hacer el demonio por sí mismo; y,
lo que puede llevar a cabo
por medio de sus instrumentos, que son muchas veces peores que él mismo, y por satisfacer su venganza y codicia causan más perjuicio.
Hay mucho mal
que no se habría hecho nunca si no hubiera sido provocado por las brujas. El demonio no se habría aparecido en la forma de Samuel si la bruja de Endor le hubiera dejado solo;
o no habría representado las serpientes
en presencia del Faraón si los magos no le hubieran incitado a ello.
Los hombres y los animales
podrían andar libremente –insiste Erastus- si las brujas le hubieran dejado tranquilo.
La actitud de Paracelso
de tomarse en serio a las brujas se va imponiendo poco a poco en el mundo occidental:
"Se ríen indignados –decía el famoso sabio-
por los designios de los terrores mágicos, los sueños visionarios, las maravillas portentosas, los diablillos, los duendes nocturnos y los hechizos".
Pero esa hipótesis
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