22 oct 2012

ENTRE EL JAZZ Y EL CHAMPAGNE: EL MONÓLOGO DE PALMIRA

                                 EL MONÓLOGO DE PALMIRA

 

Bajo una dulce música de jazz,

estábamos todas estiradas en el suelo hablando unas con otras. Eran tan sólo las tres de la mañana y nadie hacía el mínimo gesto para marcharse a casa.

 

Estábamos tan bien

que queríamos detener el tiempo, evitar un final. Fui al lavabo y me arreglé un poco y al volver las encontré a todas haciendo un corro sentadas y escuchando lo que decía Palmira.

 

Ignoraba de qué iba el asunto,

pero ni loca iba a perderme aquello. Me senté tras la espalda de Anaïs y me dispuse a escuchar como las demás. Hablaban de poesía…

 

                             EL MONÓLOGO DE PALMIRA

 

"…Aunque desde el bachillerato

yo había leído la poesía con la certeza de que era una manera de escribir distinta a todas y que no podía usarse como la prosa de las novelas o la de los libros de estudio (aunque tenía una imprecisa afinidad con los rezos religiosos),

 

creo que mi primera noción

concreta de la poesía en tanto que actividad soberana y sin relación con la experiencia inmediata se produjo cuando tropecé con Rilke.

 

Los poemas de Rilke me impresionaron,

pero más aún la convicción inmediata de que aquellos versos, aun siendo su origen a veces a partir de una traducción de los clásicos griegos, tenían una fuerza superior a cualquier poeta vivo de los que yo leía entonces.

 

Me preguntaba entonces

¿Cómo podía alguien emocionarse, o cavilar sobre nuestro destino, a partir de las palabras que hace milenios concibió el extraño habitante de un lugar remoto

 

poblado por gente

que se alimentaba de queso de cabra, aceitunas negras e higos y cuya economía, por así llamarla, se sostenía con las incursiones pirata que emprendían durante el verano por el Egeo? ¿Cómo podía seguir siendo actual Sófocles?

 

En realidad la pregunta

estaba mal planteada. No era actual Sófocles sino atemporal, o mejor aún, ahistórico. La poesía es aquello que se escapa de la historia. Más allá de lo inmediato está lo profundo del poema, lo poético, es decir, la materia prima de la poesía, aquello de lo que trata.

 

Llegado a este punto me podríais preguntar entonces ¿de qué tratan los poemas?

 

Yo diría que la poesía

es siempre un homenaje y que si el poema no es un canto, entonces no es un poema. Todas sabéis lo que se siente cuando nuestras voces se elevan hacia el cielo como el vuelo de los pájaros. Pues al leer un poema se ha de sentir ese mismo canto.

 

Recuerdo que las monjas

de mi juventud me paseaban por las clases de las niñas mayores para exhibirme como una exótica futura poetisa cuando en realidad yo lo único que hacía era leer versos en voz alta, pero aquello me permitía pasear la mirada por entre aquellas aburridas colegialas.

 

Y de vez en cuando descubría

entre ellas unos ojos vivos que se clavaban en los míos produciéndome una extraña y agradable sensación en el vientre.

 

Emocionada, desviaba mi mirada

de la suya para evitar los ojos de una niña y alternando la vista entre los versos y la ventana veía un enorme castaño en flor.

 

Yo hubiera jurado

que esa imagen la vi realmente al mirar por la ventana, pero con el tiempo y a medida que iba leyendo poesía me surgió en un momento dado la idea de que aquello fue una imagen virtual de un significado evidente:  el castaño era el símbolo fálico (el sexo masculino deseado por mí en aquellos momentos con fuerza).

 

El árbol crece

y se lanza hacia el cielo impulsado por una potencia inextinguible, explota en el florecer y en el fructificar, danza a la luz del sol como un bailarín colosal.

 

Es como un verso final

que completa el canto: la música que baila el árbol es la potencia del "bios", la música de la vida terrestre. El castaño es la danza de la vida; nosotras somos música viviente.

                                                                      Sylvia M. Folch
                                                               www.homeo-psycho.de

 

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