Dentro de El Louvre hay salas inhóspitas,
hay que pasar por ellas apresuradamente
como páginas publicitarias de un periódico,
pero hay zonas, bellísimas,
en las que se cambia de escala y de tiempo.
Subir despacio las escaleras
mientras se ve el movimiento
de la escultura de la Victoria de Samotracia…
una nave sobre el mar de otro tiempo;
la profusión de escenas vegetales,
la atmósfera epicúrea,
todo invita a desaparecer en las imágenes.
Visitar el museo de El Louvre es
como volver a los lugares
a los que nunca fuiste,
volver a instantes imposibles.
A la salida, el mundo se te antoja
más leve y luminoso.
También más vulnerable.
Sylvia M. Folch
www.homeo-psycho.de
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