44. LAS PLANTAS
Mi amor suele pedirme regar,
en su ausencia, las plantas.
Las plantas –me dice- son familiares;
sólo humedad me suplica para ellas.
Torpe de mí, me cuesta entender lo obvio:
con pocos minerales y escasas gotas es suficiente.
La alegría florece.
Árnica resiste la adversa climatología
de alta montaña. Viento, frío, nieve,
de la cota alcanzada no desiste.
Su mal aspecto indica sufrimiento genético.
Caléndula bajo una nube está triste,
protege su alma encerrándose bajo sus pétalos;
vuelve a reír en el preciso momento
que el sol aparece triunfante de nuevo;
se desnuda y se tiende para recibir
ultravioletas caricias, quiere cicatrizar
heridas producidas por humillaciones recientes.
Azucenas y margaritas que alegran los campos
se levantan inmediatamente,
buscando altura, después de ser pisoteadas
reponiéndose pronto de disgustos y afrentas.
Ayudan calladamente a nuestra recuperación.
Camomillas, Valerianas, Amapolas y Melisas
calman los nervios de forma suave y precisa
como si conocieran a fondo nuestro sistema vago
y circulando a través de esa autopista
del nervio neumo-gástrico llegan a impedir
auténticas úlceras de hiato y pilóricas.
Lycopodios y amanitas curan impotencias;
con ellos muchos superamos nuestra falta
de confianza en sí mismos,
alivian los sueños pesimistas y pesadillas imaginarias.
Avena y Alfalfa remineralizan organismos
debilitados y convalecientes
convirtiendo el futuro en algo alegre
y digno de ser esperado.
El Diente de León junto a Gayuba
se entremezcla con las calabazas
de forma que su alianza calma el calor
genito-urinario permitiendo un sueño
contínuo y reparador.
También el poema nace cuando la lluvia
resbala entre las diminutas ramas
de árboles y arbustos.
De cada hoja escurre el agua hasta bañar,
ya venciendo, a troncos y tijas.
Bajo las lágrimas de las nubes
las raicillas del enebro van perdiendo su funda de tierra;
el agua las despoja y se quedan temblando,
mas no a merced de la corriente,
junto a Fray Junípero, al reuma hacen frente
Pero ¿Qué esperan las plantas de nosotros?
¿Apetecen el roce o la distancia
sólo expuestas a la mirada?
Aficionadas a nuestra ignorancia,
hojas y ramas se entredicen, se entremiran.
Son las criaturas que susurran continuamente,
tan propicias a los murmullos
como las más vivas de las aguas.
Cada hoja diminuta muestra
como paneles solares de silíceo
en sus caras contrapuestas y en sus infalibles aristas
todo lo que la historia continua ignorando:
Cada planta es políglota, licenciada en señales,
a impulsos sin cesar variables se balancean
según el leguaje del viento
y expertas entendidas en danzas se bañan con la música de la lluvia.
Del Manual de la Soledad
Leo P. Hermes
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