12 mar 2012

Poema 44 "LAS PLANTAS" del MANUAL DE LA SOLEDAD de Leo P. Hermes

44.  LAS PLANTAS

 

Mi amor suele pedirme regar,

en su ausencia, las plantas.

Las plantas –me dice- son familiares;

sólo humedad me suplica para ellas.

Torpe de mí, me cuesta entender lo obvio:

 

con pocos minerales y escasas gotas es suficiente.

                                                          La alegría florece.

 

Árnica resiste la adversa climatología

de alta montaña. Viento, frío, nieve,

de la cota alcanzada no desiste.

Su mal aspecto indica sufrimiento genético.

Caléndula bajo una nube está triste,

 

protege su alma encerrándose  bajo sus pétalos;

 

vuelve a reír en el preciso momento

que el sol aparece triunfante de nuevo;

se desnuda y se tiende para recibir

ultravioletas caricias, quiere cicatrizar

heridas producidas por humillaciones recientes.

 

Azucenas y margaritas que alegran los campos

 

se levantan inmediatamente,

buscando altura, después de ser pisoteadas

reponiéndose pronto de disgustos y afrentas.

Ayudan calladamente a nuestra recuperación.

Camomillas, Valerianas, Amapolas y Melisas

 

calman los nervios de forma suave y precisa

 

como si conocieran a fondo nuestro sistema vago

y circulando a través de esa autopista

del nervio neumo-gástrico llegan a impedir

auténticas úlceras de hiato y pilóricas.

Lycopodios y amanitas curan impotencias;

 

con ellos muchos superamos nuestra falta

                             de confianza en sí mismos,

 

alivian los sueños pesimistas y pesadillas imaginarias.

Avena y Alfalfa remineralizan organismos

debilitados y convalecientes

convirtiendo el futuro en algo alegre

y digno de ser esperado.

 

El Diente de León junto a Gayuba

 

se entremezcla con las calabazas

de forma que su alianza calma el calor

genito-urinario permitiendo un sueño

contínuo  y reparador.

También el poema nace cuando la lluvia

 

resbala entre las diminutas ramas

 

de árboles y arbustos.

De cada hoja escurre el agua hasta bañar,

ya venciendo, a troncos y tijas.

Bajo las lágrimas de las nubes

las raicillas del enebro van perdiendo su funda de tierra;

 

el agua las despoja y se quedan temblando,

 

mas no a merced de la corriente,

junto a Fray Junípero, al reuma hacen frente

Pero ¿Qué esperan las plantas de nosotros?

¿Apetecen el roce o la distancia

sólo expuestas a la mirada?

 

Aficionadas a nuestra ignorancia,

 

hojas y ramas se entredicen, se entremiran.

Son las criaturas que susurran continuamente,

tan propicias a los murmullos

como las más vivas de las aguas.

Cada hoja diminuta muestra

 

como paneles solares de silíceo

 

en sus caras contrapuestas y en sus infalibles aristas

todo lo que la historia continua ignorando:

Cada planta es políglota, licenciada en señales,

a impulsos sin cesar variables se balancean

según el leguaje del viento

 

y expertas entendidas en danzas se bañan con la música de la lluvia.

 

 

                                       Del Manual de la Soledad

                                                  Leo P. Hermes

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