21 abr 2016
Lo que llamaban milagro me asustó.
PONIENDO  ORDEN EN LOS RECUERDOS
Parece increíble, 
pero sigue siendo agradable oír una vez tras otra los discursos  audaces que Cassia pronunciaba en la radio, en un café teatro o simplemente los  que me lanzaba a través del teléfono.
Es como fechar la Historia en retrospectiva, 
revivir de nuevo palabras olvidadas y memorizarlas para que sigan  respirando en mi tiempo presente.
Mientras releo sus poemas 
tengo la sensación de estar plantando árboles jóvenes donde la  tormenta derribó una vez a los viejos.
Cierro los ojos, 
pronuncio su nombre y aparecen inmediatamente las mariposas que me  hacen masticar su recuerdo.
Intento ordenar el tiempo 
compartido con Cassia una mujer excepcional, pero no puedo evitar el  punto de partida cuando dejé una ciudad que al reconstruirse sobre la miseria  de las barracas y sus moradores, se había librado también de su memoria.
Poco a poco se había instalado el dinero 
y con él los nuevos ricos. Junto a ellos, casi sin recursos mi familia  se esforzaba en que estudiáramos en la universidad como medio de recuperar  nuestra antigua posición social.
Lo que llamaban milagro me asustó. 
Desconcertada por el aplauso de saciadas barrigas a la canción ñoña me  aparté de todo aquello que oliese a "oficialidad". El jazz, el rock, los  poetas, los maricones o el acordeón eran cosas non gratas para las autoridades.  Oculté mis poemas bajo multitud de pseudónimos.
Lo mejor que he hecho en mi vida 
fue llevarte conmigo, Cassia amiga, cuando conseguiste huir de tu  familia. Juntas reímos, vivimos… fuimos ricas.
                                                                                  Johann R. Bach
Muy lejos han quedado el charleston y los paseos por la Place Clichy.
EL OCASO DE LA FUNCIONARIA
Este mes tampoco he podido pagar 
el alquiler de mi vivienda. Me han tenido que dar la orden de  desahucio para sentir en mi piel que nada me pertenece. Miro todos los rincones  de la casa y recuerdo. 
Muy lejos han quedado el charleston 
y los paseos por la Place Clichy.
He elegido esta ventana con vistas. 
Asomada a ella, mitad dentro, mitad fuera, reflexiono porque es lo  único que puedo hacer. Nada me pertenece excepto la memoria de lo vivido. Una  colosal serenidad, fruto de mi soledad absoluta, recorre todo mi sistema  nervioso central.
Comienzo como antaño a observar –bajo un subjetivismo de nuevo cuño-  los árboles, las aves, los colores, las piernas limpias de varices de las  funcionarias jóvenes que vuelven al atardecer; así libre me siento; tienen algo  que decirme, algo que preguntarme de los trienios, algunos chismes que  revelarme.
A veces me avergüenzo de esta nueva ternura que ahora siento –quizá  sea ingenuidad- y que se instala sin que yo lo quiera en mis labios, así un  poco como la golondrina en un tejado en ruinas.
.................. ..................... .................. ................ ................... .......................
.................. ..................... .................. ................ ................... .......................
Cuando Cassia y yo nos instalamos en casa de Clementine la funcionaria
jubilada tuvimos que comprar muebles, pintar todo el apartamento, empapelar la
inmensa sala de estar, colocar cuadros y luces y cambiar la caldera del agua
caliente. No lo hicimos por un sentimiento piadoso hacia la empobrecida anciana
sino bajo una sensación alegre de construir un hogar, un espacio destinado,
como un refugio antiaéreo, a soportar las noches.
Durante aquellos días, al vernos trabajar con aquella alegría propia
de la sangre en ebullición Clementine recuperó el brillo de sus ojos demasiado
apagados por el color gris del arco senil, en sus labios aparecía de vez en
cuando la sonrisa. Cierta noche en la que Cassia y yo caímos agotadas sobre el
sofá, nos preparó un té y tuvimos una conversación en la que no sorprendió la
profundidad de su pensamiento:
Se preguntaba Clementine como la mariposa –decía ella- “¿es nuestra
vida solo un sueño?” en este siglo XX, ya agonizante, se ha convertido en crisálida,
que devora lo que es un hecho, lo digiere y lo expulsa como ficción. Por eso se
dice: nuestro yo existe solo en el ciberespacio, todo vive y se comunica
digitalmente; lo que no está en Google finge estarlo. Sólo almacenados somos
inmortales. Dentro de la pantalla vivimos una vida de novela, pero a este lado de
la pantalla sólo está presente la soledad más absoluta.
El sol ya declinaba también en mi mente
DESPIDIÉNDOME  DE CASSIA
Soplaba ayer el viento con fuerza, 
el cielo se enrojecía y la amenaza de la lluvia se hacía más y más  patente, pero en el interior de la casa sólo el silencio sepulcral llenaba las  habitaciones de la casa.
En el piso de arriba se aburría la buhardilla 
como un pequeño museo de trastos viejos, retratos de poetas y una  biblioteca entera con ediciones originales. Desde un rincón un par de maniquíes  vestidos con uniformes militares parecían vigilar el orden establecido.
El sol ya declinaba también en mi mente 
cuando me despedía de Cassia pues ya hacía días que no recibía  noticias de ella. 
Viendo que se presentaba una preciosa puesta de sol, 
una estampa romántica por excelencia, me senté en la terraza decidida  a disfrutarla.
En el momento álgido, 
mientras brindaba mentalmente por la poeta con una cerveza, por tantos  y tantos momentos felices, me vino a la cabeza algo que escribí hace ya algún  tiempo:
Había cerrado los  ojos como en un sueño 
que no era del todo  un sueño.
El brillante sol  se estaba derrumbando 
y nuestros astros  –lo sabíamos- vagaban 
apagándose por el  cielo visible, 
sin rayos, sin  vericuetos extraños 
y oscilaba la  tierra con sus polos helados 
ciega y  ennegreciéndose en el aire sin luna, 
en un instante  intenso, bellísimo.
Hoy miro por la  ventana como llueve.
                                                                                      Johann R. Bach
20 abr 2016
mi erotismo no había salido de la fase de inhibición
EL MUNDO DEL ÁPEX
Comencé a sospechar 
la existencia del Mundo del Ápex cuando se  me hizo patente que memorizaba con facilidad todo lo que me gustaba y, en los  recreos del "insti", yo disfrutaba más llenando la pizarra de frases de  Cervantes que en boca de El Quijote me llenaban de satisfacción.
En relación a las demás chicas 
me consideraba una maldita y despreciaba profundamente todo  lo que emanaba de la educación reglada. Por supuesto que yo también emborronaba  cuadernos enteros de versos con rima y métrica clásica, e incluso había  empezado asimismo un diario que releí tantas veces que casi me lo sé de  memoria.
Cada nueva lectura era para mí como una nueva vida. 
Me metí literalmente dentro del espíritu de Kafka, Sartre y  Rilke. Apenas observaba lo que sucedía a mi alrededor. Durante los años que  duró esa crisis me acerqué tanto a la locura que incluso ahora siento cómo su  hálito helado envuelve mi cráneo. Así como se desprende, poco a poco, la  serpiente de la piel escamosa cuando se muda, se desprendía mi mundo del mundo  real, se transformaba en una película paralela con la consistencia del sueño.
Fueron momentos 
en los que mi erotismo no había salido de la fase de inhibición  aunque, eso sí, con ausencia total de agresividad. Todo era paradójico,  irresoluble. Buscaba en los libros y en los álbumes de arte pasajes eróticos y  desnudos, pero, por otra parte, algo en mí se oponía a estos impulsos  primitivos. 
Llegué a creer que yo era completamente distinta 
a las demás chicas -y realmente lo era- que el amor y todo  lo que de él dependía no era para mí, que yo iba por un camino que podía  llevarme más lejos a condición de vivir en un mundo distinto: El Mundo del  Ápex. 
Más aún, 
a través de esa tendencia a absolutizarlo todo que sentía  entonces con tanta intensidad, empecé a pensar que era precisamente el erotismo  lo que impedía a los hombres de este planeta se realizaran, que el amor –y por  tanto la mujer- eran las causas de tal banalización, de tal fracaso. 
Durante muchos años después, 
en aquel estado de extrañamiento –y de insensibilidad del  cuerpo- que he intentado sugerir aquí, me fabriqué un monstruoso sistema de  ideas a este respecto: El apasionante Mundo del Ápex.
                                                                                                                            Johann R. Bach
“En la soledad de mi silencio pesa el emblema de tus labios y tu sonrisa
DR. BACH BLUES
Si crees que a algunas mujeres 
no les basta tu amor prueba a ser correcto, a cumplir con lo mínimo.  No recordarán de qué color tienes los ojos o lo que les has susurrado al oído.
No recordarán como ahogaban sus gritos, 
a oscuras, en la butaca forrada de pana de un cine, pero felicítalas  por su cumpleaños y dile que se ve muy bien, que los años no dejan huella en  sus rostros.
A diferencia de la mujer enamorada 
volverán a apreciar aquellos momentos en que simplemente nos  conformábamos con unas horas de charla, con un refresco en las manos… con un  baile bajo una luz intensa. Hay que admitir que la fidelidad de cualquier  clase, probablemente, es mejor que la indiferencia de las aceras vacías. 
Y entonces uno se vuelve a asombrar, cuando después de un día duro en  el que ya sólo se puede oír la música de fondo de la radio, como en un blues de  medianoche, fue agradable haber vivido aquellos latidos intensos, bellísimos; saca  del cajón de la mesita de noche una de aquellas novelas cargadas con dinamita  pura y lees unas palabras subrayadas –por ti- en rojo como si de una canción se  tratara:
"Se hace caprichosa la noche 
mientras la luna ya hace rato que se ha encendido. Tan solo tú suenas  en mi melodía… en el suspiro del misterio de la especie..."
"En la soledad de mi silencio pesa
el emblema de tus labios y tu sonrisa. No, no estoy solo… Tu sombra,  entre los dioses de la plácida ternura sigue aquí".
Son bonitas esas novelas. 
Ahora que ya han desaparecido los cuartos de luna de su piel me basta  que me digas galanterías típicas de novela como por ejemplo:
"Sigues siendo muy atractivo, 
aunque de una belleza diferente, menos infantil, más consciente i  contenida".
"has cambiado en las maneras, 
que ahora son las de un señor que nació entre las sedas de una noble  cuna".
Todo es como un agrio blues de mínimos.
                                                                                                        Johann R. Bach
18 abr 2016
Perfume de tabaco liado y cerveza negra, saliva envolvente que me abre a él.
EL  BESO
Salimos a la plaza a fumar un cigarrillo. 
Había mucha gente y, sin embargo sólo la estatua de La Virreina  parecía estar atenta a nuestras miradas. Un viento cortante arrojaba nieve  sobre los plátanos desnudos, precipitando finos copos en mi cabello, bajo mis  zapatos topolinos, torbellino de luces. 
Hector me abrazó para protegerme de la borrasca 
que se abría sobre el cielo de Barcelona. Luego, lentamente, giró mi  rostro hacia el suyo, encontró mis labios y yo perdí la conciencia en el sabor  de su boca. Perfume de tabaco liado y cerveza negra, saliva envolvente que me  abre a él.
Luego, en casa, un jugo ardiente desciende por mi pecho, 
se desliza por el vientre, invade el sexo, las nalgas; dejo de sentir  las piernas. Asimilar todo esto, este hombre, el viento, el vino, el piso de la  plaza con sus fastuosas de cicatrices, soy un placer abierto.
Hector lo percibe, me siente, se acerca, su rostro se ha desdibujado,  el torbellino de luces se ha apoderado de él, lo deshace en bruma húmeda. Su  lengua me habita, soy fluida, no voy a llorar, me tiendo, me fundo, me lame el  paladar, las mejillas, me retiene, volvemos a empezar.
Ni él ni yo, no somos nosotros, ese beso no es de nadie, alguien o  algo lo atraviesa al margen de nosotros, mi boca es ancha y mis dientes  pequeños, una boca perfecta para encajar su lengua. Me siento Françoise Sagan,  pero ¿quién besa a quién?
La propia Plaza de La Virreina participa 
en el deseo desmesurado con su estatua mirándonos a través de los  cristales mientras permanece fija, sin inmutarse ante la nieve que va  blanqueando su piel de bronce.
Tan inesperado y sin futuro, 
nuestro extraño y dilatado abrazo, fuera del tiempo, fuera del  espacio, destilaba el sabor de lo imposible y los dos lo sabíamos: Hector a  punto de cumplir los setenta, yo, con cuarenta y cinco tacos, una hija de  veinte -que no quiere saber nada de su madre- del primer matrimonio, y, un hijo  de diez años del segundo. 
Razones –pienso- para no soltarnos, 
para insistir, abrazados, los sexos palpitantes, en una ingravidez ni  erótica ni antierótica: un perfecto ovillo de puro placer, cuerpos  repentinamente neumáticos, de una ligereza impalpable, desapasionada.
La verdad es que sé muy poco de Hector 
aparte de su edad paralizadora de proyectos futuros. Cuando pasa por  la calle y me ve tras los cristales del bar tomando una copa de vino blanco, se  acerca hasta la fría ventana, coloca sus hermosos labios sobre el vidrio y me  lanza un beso que me alcanza.
Las amigas me dicen que como máximo me puede durar diez años. Luego…  Aunque pensándolo bien yo ignoro lo que son diez años de felicidad… Abro y leo  en el "Mundo Horizontal de los Lagartos" una frase que me hace pensar: "Después  de haber amado –en palabras del viejo lagarto- el pasado ya no es pasado, es  presente puro; se sigue viviendo lo ya vivido".
                                                                                  Johann R. Bach
17 abr 2016
Corrían los tiempos en los que caballos de madera y elefantes ganaban batallas
BARCELONA NACIÓ CON LOS GRANADOS
Barcelona nació con  los granados,
entre alegres flores  fucsias como una granada de astros.
y  daban vida. El delta del Llobregat procuraba  reposo, agua y terrazas sobre el mar a familias púnicas enteras resguardadas  por murallas de montañas inexpugnables.
En sus tierras  fértiles crecían sin dificultad las verduras, los higos maduraban como los  versos y los campamentos reían ajenos a la batalla de Cannas. Los elefantes,  verdaderos artífices de las victorias cartaginesas también descansaban a  orillas de los ríos prepirinaicos. 
Desarrollaban tareas  agrícolas, domésticas y pacíficas. Gozaban como niños de baños diarios, y  juegos infantiles; se adormecían con la música de las olas y el olor a vino de  los soldados. 
Entre los fermentos  de sus enormes excrementos usados como el mejor abono, una semilla blanca que  en su origen tenía el mismo color de sus flores, surgió una planta  extraordinaria que viendo la luz del mar decidió crear sus propias  colonias.  
Ahora, después de  más de dos mil doscientos años ninguna necesidad tiene el granado que venga de  tan lejos y me detenga a contemplarlo en su milagro, a que admire sus hermosas  flores fucsias.
Nada es necesario  para el granado salvo la luz, la noche, el agua, los fermentos, la brisa  mediterránea y el vuelo de las abejas; y…, el ritmo marcado por la rotación  incesante de la tierra.
Para ser, el granado  no necesita que me detenga a contemplarlo. No mora el Punica granatum en mi  palabra. Mi palabra es lenta, sólo evoca un granado que florecía en Cadaqués  junto al mediterráneo. 
Existen una avenida  que va a Roma y una ventana que da a la playa para guardarlo, y en mi memoria  avenidas de diáfanos cristales por donde llegó el granado de Amilcar Barca que  contemplo.
Barcelona nació con  los granados,
entre alegres flores fucsias  como una granada de astros.     
                                                                                         Johann R. Bach                   
Preparada para entrar en la imprenta la novela "Telaraña Escarchada" ("Terañina Gebrada") Portada y Epílogo
ESCARCHA anaranjada 
en una telaraña
en una telaraña
                    ¿Os habéis olvidado de mí queridos  amigos?
                    Soy yo, la narradora, una  insignificante araña, 
                    cuya única habilidad es la de manejar  con soltura 
                    mis patitas y, gracias a mi tamaño, y a
                    la capacidad de colarme por debajo de  las puertas 
                    puedo ser testigo de todo lo que  acontece en casa.
                                                                            Johann R. Bach
EPÍLOGO
¿Os habéis olvidado de mí queridos amigos?
Soy yo, la narradora, una insignificante araña, cuya única habilidad  es la de manejar con soltura mis patitas y, gracias a mi tamaño, la capacidad  de colarme por debajo de las puertas puedo ser testigo de todo lo que acontece  en casa.
Es cierto que no he asomado mis plateadas sienes tras de algunas  estancias, pero eso es porque he estado ocupada con un asunto completamente  distinto. Yo soy la que repantiga ahora sobre el huevo que está en la mesa como  si quisiera incubarlo; yo soy aquella que agita sus diminutas patas por la  habitación, oronda y satisfecha.
Satisfecha sí, pues he acabado este puñado de  anécdotas sin percances ni dilaciones y al repasar este texto que he titulado  "Telaraña Escarchada", antes de enviarlo a la imprenta  he encontrado que me faltaba un escrito en el  que Emilia relata a su amor Hector, como si de una postal se tratara, la  descripción de un viejo poeta que frecuenta el reputado "Café de la Virreina".
Por último, aconsejo a mis lectores, que lean este  texto como si apoyaran el oído en la tierra para oír las asambleas de las  Tinieblas y los Muertos aunque esta recomendación les suene a muchos como una  música celestial.
Y por otra parte dejo en manos de los lectores  establecer el orden de los relatos por si a algunos de ellos les interesa  encontrar –como en el caso de Ariadna- el hilo que pudiera salir airosamente  del laberinto (real o ficticio) de una mente inquieta que se excita con música  de salsa, con la luz de la aurora, comiendo naranjas y plátanos o simplemente  leyendo un poema.
                                                                 Barcelona 23 de abril de 2.016
                                                                      La araña Mygale Lasiodora 
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)

 





