Capítulo 94     ULTIMOS DIAS EN FRIEDENAU (V)
         
             
Está amaneciendo en Friedenau. El sol se levanta precisamente por encima de  los árboles de Fregestrasse y la claridad entra en mi dormitorio sin cortinas  que me puedan proteger. 
Son las cinco. No he podido dormir desde las 3.00 h., hora de la máxima  debilidad por intercambio de ácidos en el estómago y por sentimientos profundos  no resueltos. Es la hora fatal de los que se sienten injustamente tratados. He  ido a la cocina y me he preparado un café. 
Mientras subía el ultramarino aroma he puesto en marcha el PC.  Sorprendentemente tenía un mensaje de mi amante. Era una carta dirigida a su  amiga Cristina, aparecida en escena misteriosamente el día que vi por última  vez a mi amor.
Es una carta larga y penosa de leer. La he leído varias veces. A medida que  la leo la hiel amarga mis labios, el corazón se me hiela y ese frío no tarda en  alcanzar mis delicados pies. Miro de vez en cuando, alzando la vista hacia el  patio interior. 
El torreón situado a mi izquierda parece llorar; un poco más a la derecha,  arriba en el árbol, cuyos ojos me parecen azules, mira un pequeño pájaro entre  flores doradas. Arriba en el árbol con ojos despiertos, mira otro pequeño  pájaro cuyas alas ya no son flores. 
Arriba en el árbol otro pequeño pájaro cuyos ojos son ciertos, siente  florecer, bajo sus fríos pies, brotar el amor, mientras el mío está herido de  muerte. Arriba en la aún desnuda copa del árbol que florece se columpia en una  ramita otro pequeño pájaro que es puro amor. 
Se me ocurren pocas palabras para escribir. Plasmadas en la respuesta a una  carta cuyos versos me resisto a entender, no ocupan ni una línea.
Tomo lentamente el café mientras las primeras luces bañan mis húmedas  mejillas. Sueño con otro final. Cambio mi actitud; no puedo cambiar la de mi  amor. ¿Cómo empezar el olvido en mitad de la tormenta? 
Aún no puedo empezar a borrar las huellas de tantos abrazos, aunque ello  pueda ser posible con el tiempo. Frente a mi ventanal que ya no es mío,  desnudo, sin cortinas, a la vista de hipotéticos vecinos siento que el calor se  fuga, huye de mí. También él me abandona. 
Todo el edificio está lleno de magias, algunas de ellas imposibles de  traducir al leguaje humano. La sintaxis empequeñece ante ese juego de sombras  modernistas y se rinde ante la hiedra deshojada que se aferra a la pared y, a  pesar de que el invierno tortura sus dedos, espera los nuevos brotes. Hasta la  Maestra de los Ecos tendría dificultad ante ese hipérbaton de sentimientos.
Me visto. No sé qué hacer. Quizá fuera buena idea bajar a comprobar si los  ruidosos vecinos todavía existen bajo mis pies. De hecho tal vez no sea  necesario ni bajar. Sin hacer nada estoy ya en la misma nada en la que se  encuentran o dejan de encontrarse. 
Sin llamar a la puerta que ya no será del piso en el que ya no viven a  pesar de que ellos permanezcan en alguna especie de magia que provisionalmente  puedo llamar "allí". Eso me parece ahora Friedenau. Su magia obliga a la  cordialidad en ausencia de todo.
Pienso en aprovechar que ninguno de los vecinos va a llegar tarde a ninguna  parte para pasar sin mirarles a los ojos porque los suyos ya son  suficientemente descarados y totalmente ausentes de alma. Nunca fueron  apasionados y sus silencios y promiscuos asombros han estado siempre ausentes  como sus linfáticos azules. 
Me esfuerzo por sacar de mi interior lo que pueda quedar de optimismo.  Nadie es perfecto. ¿Se puede recuperar nuevamente la inspiración y volver a  llenar este vacío con algún otro mundo? 
Dadas las actuales circunstancias, no me importaría despertar un buen día  convertida ni que fuera en un insecto. ¿Una abeja trabajadora? ¿Una hábil araña  tejedora? ¿Una hormiga hacendosa y ahorrativa? ¿Un alegre y  cantarín grillo?
Necesito dinero. Voy a vender el Wrangler; los vecinos ya no puedan  enterarse que desde ahora voy a ir a pie mientras pueda caminar. Abro el  armario y repaso todas y cada una de mis medicinas. Mi mirada se detiene en una  que hacía tiempo que no la usaba: Acidum pícricum 15 CH. 
Dilución suficiente. Sobre un plato derramo los glóbulos vírgenes y los  impregno con una gota difuminada del estimulante ácido. Sin esperar siquiera a  que se sequen tomo ocho. 
Si no son suficientes me tomaré otros ocho antes de que el sol alcance el  meridiano. Lleno, con el resto de glóbulos cargados de alegre espíritu un  frasco de topácico plástico para protegerlos de los rayos ultravioletas. Quizá  lo necesite en el pedregal.
                                                          Johann R. Bach