UNA  IMAGEN INDELEBLE
Le mandé flores por carta. 
Aún no existía el Mundo de Internet ni Amazon.
Las letras le llegaron como un ramo de claveles 
dos días antes de sus bodes de plata. Hoy vive en Prilly un barrio de  Lausana en un ambiente de ascetismo parecido al de Brigitte Bardot.
Siempre me acuerdo de ella cuando visito alguna iglesia: 
su cuerpo exhalaba mirra e incienso, sus labios grana me excitaban  viéndola besar los pies de algún santo. Yo admiraba embelesado el tacto de  nácar de sus dedos sosteniendo el misal y sus rizos azabache acariciaban sus  limpias mejillas. Me la imaginaba corriendo por la playa, en su trote los  pechos sacudidos, madurados como granadas por el deseo. Tumbada al sol con sus  ojos de té me parecía ver bajo el biquini su pubis vitrocerámico.
Recuerdo un día que llovía cuando salíamos de misa: 
era aquél un planeta homérico en el que llovía bastante más que en el  nuestro. En el quiosco se voceaba la aparición de dos periódicos que nunca leí:  "El Noticiero Universal" y "La Prensa": ¡Ciero, la Prensa! ¡Ciero, La Prensa! A  mí aquella publicidad me parecía la misma que oía en la playa: ¡Coco, coco, hay  coco! ¡Coco, coco, hay coco!
Ajenos a aquellas voces "publicitarias", 
en un arrebato de atrevimiento, le dije: "Mira el cielo: cuando se  ponga al fin este sol de arco iris, tendrá un solo color y estará todo en  calma".
Aquello era la Barcelona gris enajenada de libertad 
y como consuelo me aficioné al paisaje urbano a la luz de la luna en  el que sólo transitaba por las calles El Vigilante con su bastón y su manojo de  llaves.
Sorprendentemente, Ella me escribió después de recibir las flores  diciéndome que el Ángel Montserrat se paseaba por el Ensanche con una lámpara  apagada.
¿Por la Sagrada Familia? 
Le pregunté en la siguiente carta que le debió llegar cuatro días más  tarde. 
"No, -contestó-, por el Hospital de San Pablo".
Tuve la impresión 
de que escribía las cartas para ella no para mí. Aunque… no sé cómo  decirlo… la memoria se pone dura bajo esa luz antigua, masa que el sol reseca.
¡Y qué clase de masa!
Una masa origen de las jaquecas del fracaso… 
el sentimiento de no haber estado ni entonces ni ahora a su altura. La  masa endurecida de mi memoria ha podido enterrar su recuerdo. 
He de acostumbrarme a convivir con su imagen.
                                                                            Johann R. Bach




