NIKO  NO AMÓ AL ÁNGEL MONTSERRAT
Niko temía los desvalidos domingos 
de septiembre y de octubre en los que, repeinado y engomado, leía en  su habitación un ejemplar de "Barcelona  nació con los Granados" o algún capítulo de "Das Mädchen aus Kiefholzstrasse". Temía al mal tiempo y a las  fiestas donde era invitado con la intención de verlo borracho; él que era  enemigo de perder la compostura y al deterioro fisiológico de su cuerpo.
Los sueños le angustiaban por la noche en el dormitorio 
y como ya sabéis dormía con la luz encendida y la puerta abierta para  sentirse menos solo.
No amó, es cierto, al Ángel Montserrat…, 
pero sí a aquellos hombres que en la noche salvaje, ennegrecidos por  la grasa de los motores náuticos, los veía enfundados en sus impermeables  amarillos ir de un lado para otro en el puerto. Descargaban las cajas con el  pescado con premura, no querían que les sorprendiera el amanecer faenando.
No amó, como os decía, al Ángel Montserrat, 
pero saboreaba, sobre todo lo sombrío, cuando en la habitación de  persianas medio subidas, alta y azul, agudamente afecta de humedad, leía su  novela sin cesar meditada, abarrotada de misteriosas metáforas surrealistas, de  personajes ahogados en su propio anhídrido carbónico, de carnales flores abiertas  esperando a alguien que las polinizara:
derrumbamientos, odios y huidas, vidas de vértigo, 
caos en las relaciones sexuales, desgracias y rumores de barrio dormitorio;  mientras él, acostado sobre piezas de lienzos, presentía de nuevo la vela de su  barco acuartelada con violencia por un fuerte viento como el que le había de  traer a esta Casa de Huéspedes. 
                                                                                                 J. R. Bach

 







