EL  BESO
Salimos a la plaza a fumar un cigarrillo. 
Había mucha gente y, sin embargo sólo la estatua de La Virreina  parecía estar atenta a nuestras miradas. Un viento cortante arrojaba nieve  sobre los plátanos desnudos, precipitando finos copos en mi cabello, bajo mis  zapatos topolinos, torbellino de luces. 
Hector me abrazó para protegerme de la borrasca 
que se abría sobre el cielo de Barcelona. Luego, lentamente, giró mi  rostro hacia el suyo, encontró mis labios y yo perdí la conciencia en el sabor  de su boca. Perfume de tabaco liado y cerveza negra, saliva envolvente que me  abre a él.
Luego, en casa, un jugo ardiente desciende por mi pecho, 
se desliza por el vientre, invade el sexo, las nalgas; dejo de sentir  las piernas. Asimilar todo esto, este hombre, el viento, el vino, el piso de la  plaza con sus fastuosas de cicatrices, soy un placer abierto.
Hector lo percibe, me siente, se acerca, su rostro se ha desdibujado,  el torbellino de luces se ha apoderado de él, lo deshace en bruma húmeda. Su  lengua me habita, soy fluida, no voy a llorar, me tiendo, me fundo, me lame el  paladar, las mejillas, me retiene, volvemos a empezar.
Ni él ni yo, no somos nosotros, ese beso no es de nadie, alguien o  algo lo atraviesa al margen de nosotros, mi boca es ancha y mis dientes  pequeños, una boca perfecta para encajar su lengua. Me siento Françoise Sagan,  pero ¿quién besa a quién?
La propia Plaza de La Virreina participa 
en el deseo desmesurado con su estatua mirándonos a través de los  cristales mientras permanece fija, sin inmutarse ante la nieve que va  blanqueando su piel de bronce.
Tan inesperado y sin futuro, 
nuestro extraño y dilatado abrazo, fuera del tiempo, fuera del  espacio, destilaba el sabor de lo imposible y los dos lo sabíamos: Hector a  punto de cumplir los setenta, yo, con cuarenta y cinco tacos, una hija de  veinte -que no quiere saber nada de su madre- del primer matrimonio, y, un hijo  de diez años del segundo. 
Razones –pienso- para no soltarnos, 
para insistir, abrazados, los sexos palpitantes, en una ingravidez ni  erótica ni antierótica: un perfecto ovillo de puro placer, cuerpos  repentinamente neumáticos, de una ligereza impalpable, desapasionada.
La verdad es que sé muy poco de Hector 
aparte de su edad paralizadora de proyectos futuros. Cuando pasa por  la calle y me ve tras los cristales del bar tomando una copa de vino blanco, se  acerca hasta la fría ventana, coloca sus hermosos labios sobre el vidrio y me  lanza un beso que me alcanza.
Las amigas me dicen que como máximo me puede durar diez años. Luego…  Aunque pensándolo bien yo ignoro lo que son diez años de felicidad… Abro y leo  en el "Mundo Horizontal de los Lagartos" una frase que me hace pensar: "Después  de haber amado –en palabras del viejo lagarto- el pasado ya no es pasado, es  presente puro; se sigue viviendo lo ya vivido".
                                                                                  Johann R. Bach

 
XANA GARCÍA
ResponderEliminar0:58 (fa 4 hores)
Hay un ingrediente que resulta indescriptible y necesario para quien ansía la boca, el sabor, los sentidos ,el placer de ambos y ese abrazo dilatado ,insistente, atemporal, "el ovillo perfecto "de ligereza impalpable "de un romanticismo amoroso alquímico , ajenos a la Plaza de la Virreina ,que les mira Sólo ahí es posible encontrarlo :su amor y el tiempo "y donde al final se encuentran todas las respuestas ya que el proyecto futuro de ambos es hoy y los que vengan regalados. Ella , lee:“Después de haber amado –en palabras del viejo lagarto- el pasado ya no es pasado, es presente puro; se sigue viviendo lo ya vivido",mirándose en todos los besos .Magnifica literatura en este hondo relato,me temo que hasta L´espigolera se conmovió.--------------------------------_Me quedé cao porque en principio Héctor era mucho más joven que Emilia ,pero a mi personalmente, me gusta más así .