26 dic 2018

Contraportada de la novela "Estudiante soldado calderero"


ESTUDIANTE SOLDADO CALDERERO

De la misma forma que para La Gioconda
se finge muerto para siempre,
el escarabajo pelotero,

de la avalancha del barro,
y de la sombra nocturna,
un pino muerto se yergue
y busca el almíbar de la vida.

                                       Johann R. Bach

25 dic 2018

Fragmento final de la novela "Estudiante soldado calderero"


SÚPLICA A LOS DIOSES DE UN POETA

No vio demasiado:
la gran ciudad y sus decepcionantes afanes de riquezas, y, otras pocas, poblaciones menores,

una cordillera de altas cumbres
fruto del choque de la placa tectónica africana contra la europea, un cielo azul gastado de ventanas y una isla calificada de paradisiaca.

Pisó el umbral de una doctrina
buscando el acercamiento a Dios; en su empeño conoció la dulzura de las uvas a costa del dolor de una hermosa herida: a pesar de haber olvidado el tiempo de su infancia junto a olas levantadas por el viento de tramontana, una vez tocó el mar y sus sales.

Poseidón, Eolo, Atenea…
dadle la gracia de un día luminoso y una sublimación de sus huesos que nos hablen con corazón certero.

Y a vosotros Baco y Narciso,
poseedores de grandes cubas de vino y pequeños frascos de afeites, no os pido su libertad pues la libertad se arranca ni tampoco os pido amor para Él porque el amor es la sombra que no queda, sólo os pido la luz de un día blanco y tibio, y que le permitáis antes de la suspensión coloidal de sus metales en el éter del Cosmos, como un deseo virgiliano, quemar todos sus versos…

A todos vosotros,
dioses que habitáis en su mente, os pido que bajéis como una niebla, hasta el pie de algún olivo y cubrid sus labios con musgo y fina hojarasca:

¡Perdonadle el haberse aferrado
al calor silencioso de este planeta!


¡Permitid a ese pobre vagabundo
soñar bajo los naranjos
como si fuera una mariposa cansada!
                                                                                    Blau Bosch

Miseria y Belleza (para una Feliz Navidad). Un poema de la novela "Estudiante soldado calderero"


MISERIA Y BELLEZA

En hoyos o zanjas artificiales,
en cunetas, en cualquier parte,
sentamos a la belleza para injuriarla,

pero desnuda
y ambulante, la miseria devolvía
la naturalidad que desata
el cansancio en los tendones.

Sí. Relumbra la belleza
en el corazón mismo del horror.

Sí, sí. Sentamos a la belleza
para injuriarla, pero ebria y sorda
se durmió en nuestras rodillas.

                                                    Johann R. Bach

24 dic 2018

Fragmento de la novela "Estudiante soldado calderero"


RUMOR DE CEREZAS

Me puse mi traje de alférez,
por las calles oía un rumor de cerezas,
todos al pasar, me miraban extrañados.
Tal vez sólo fuera por mi uniforme,

pero dentro de él iba mi cuerpo
que lo animaba… Sí, lo movía
al ritmo del rumor de cerezas.
Todos me miraban con hostil ternura.

¿Era debido a la metamorfosis
que muta un estudiante a soldado?
Tal vez, sólo fuera esa marcial
canción del "Tiempo de Cerezas".

Pienso en el Arcipreste.
Me lo imagino hablando de mí: ¡que sí! ¡que sí! que es un buen chico…, su talento crece día a día…, siendo aún estudiante ya es alférez... y, aunque todavía es pronto para que su carrera se consolide hay que esperar que así sea pues si hoy el cielo está rojo y soplará el viento… nadie puede predecir que no lloverá.

Releo la última carta de Espe. Cree que todo el mundo en Mallorca está de vacaciones y me conmina a pasármelo bien. En el fondo le agradezco que intente distraerme… borrándola de mi memoria.

En la Plaça Gomila me he topado
con Jaume compañero de la Facultad. Su destino es de lo más tranquilo: está de guardia en un faro. "Todo el día pescando -me dice- y leyendo en la playa". Muy bronceado por los baños de sol, en mitad de su labio inferior había puesto sus raíces una enorme fisura producto del exceso de sal. Al llegar a mi despacho en el hospital me he mirado en el espejo y a diferencia del Jaume, mis gruesos labios siguen intactos, aunque las bolsas que tenía bajo los ojos también han desaparecido debido a la deshidratación. En su lugar una pequeña porción de piel arrugada aumenta esa cierta tristeza que me invade.

Me gustaría poder decir
que el mar me abrió los ojos y que vi en él cuan bella era la vida… y todo lo que de ella podría esperarse… y tantas y tantas otras cosas de una manera sencilla, alrededor de una mesa, con un platillo de aceitunas rotas.

Me gustaría decir que en Mallorca
vi crecer la vida y que mi deseo de sentirla subir bruscamente por mi cuerpo como una parra loca se había materializado y que vi pinos, y en los pinos pájaros. Sí, todo eso en lugar de la realidad del barro mezclado con el aire que me penetraba la boca y que por mis pupilas no entraba el cobalto de luz alguna.

En Mallorca no llegó a mi alma la alegría insólita que despierta el nombre de la isla, la alegría absoluta, en el mediodía aquel -aquí los pinos, allá el mar, la novedad del mundo, la sorpresa del aire huracanado sobre su "Serra de Tramuntana", una fiesta descomunal cargada de música discotequera y cerveza derramada sobre sus playas con los cinco sentidos contentos, la gran fiesta de vivir. Sí, sí -se decía- vivir el verano en Mallorca es una fiesta en la que revienta la luz, donde se rompen los cristales de las botellas como celebrando aniversarios, un mundo donde no cabe más alegría, donde, en medio de un mar homérico todos se hacen obsequios, se dicen tiernas palabras al oído, bailando…

Desde lo alto del Castell de Bellver,
donde el día era mediodía, la noche aún mediodía y las tiendas no cerraban nunca con los televisores llenos de sol, no vi que viniera a caballo Jaume I, ni en Manacor eran las ostras las que fabricaban las perlas, ni tampoco vi en las calles de Valldemossa el encanto nuevo del pecado. Aunque sí era cierto que sobre los autobuses que iban llenos de gente a Deià había músicos soplando instrumentos.

Sólo. Sin principios. Como si esperase que cayeran de las nubes, viví de una manera inexacta, exenta de simetrías euclidianas y de geometrías variables, como preguntándome qué era lo que no funcionaba en mi hipotálamo.


¡Si por lo menos estuvieran
aquí mis Tres Diosas…!

Había llovido y el día era un día de derrota: Un perro callejero bebía agua en un charco y me recordaba mi propia sed. Enfermo de amor en primavera…, harto de ver raíces de pinos en la playa de S'Arenal, una mariposa en secreto escuchó el eco de mis pensamientos.

Escuchó como daba gracias a la Nada por sus espejismos, por su manera de fantasear vistiéndose con trajes vistosos, disfrazándose de ellas. Escuchó también aquel bello insecto de coloreadas alas que recuerda al gusano moteado de colores vivos que merodea en torno a la ruda, como le recriminaba su sevicia sin causa porque nos da a saborear el amor, por ejemplo, para convertirlo finalmente en odio o, en el mejor de los casos, en indiferencia; el vino acaba siendo vinagre; la vida en una lamentable desaparición de la escena.

De todas formas, la mariposa,
asombrada, por mi agradecimiento a la Nada porque casi consigue que sea el corazón aquello que en los dibujos de la facultad tenía dos aurículas y dos ventrículos dotados de válvulas… tricúspide, mitral…, se levantó con movimientos irregulares llenos de volátil belleza, y, no pudo escuchar mi agradecimiento a Espe por el silencio, ya que repudio todo escándalo, excepto la luz de las campanas, flor del ruido.

Tampoco pudo escuchar la mariposa
mi agradecimiento por las playas desconcertantes, contradictorias y, a menudo solitarias, proclamando que no se puede nada contra el mar, única criatura que comprende la noche y sus mareas.

Mi agradecimiento no se extingue
con un último detalle, sino que es un continuo infinito… y toda la luz que atraviesa el cristalino de mis ojos oceánicos par fijarse en mi retina es motivo de alegría… es como ir en barco y ver primero el relámpago, luego oír el trueno, después las nubes como la colosal ilusión del cielo. Dicen que no es azul, pero podemos ver el imperceptible aire como si detrás estuviera lleno de arena de cobalto… o como una tela con millones de puntitos turquesa.

                                                          Johann R. Bachg