LAS  RAICES DEL MANZANO
Buenos días amiga. Has madrugado mucho hoy –me dijo  amablemente el lagarto- y no tienes muy buena cara a pesar de que el tiempo de  este otoño es menos frío que en otras ocasiones por esta fechas.
No he dormido en toda la noche –contesté al viejo lagarto  que se iba acomodando sobre el muro-, he paseado de un lado a otro para aplacar  mis nervios y ya ves: la luz de la luna no me ha hecho más joven. En otoño mis  sienes se blanqueaban y luego en primavera se oscurecían un poco aunque yo a  eso no le daba importancia. Estoy un poco triste porque el manzano que planté  el año pasado no ha echado raíces. Ya sabes que no espero a nadie y mucho menos  a los hombres, esos salvajes que pelean lejos, en la frontera. Cuando vuelvan  encontrarán en mi lugar a una anciana, peinando los cabellos de alguna niña que  quiera aprender a manejar su rostro. ¿Quién deseará mi cuerpo? ¿Quién leerá mis  poemas? ¿Quién recordará mis diálogos contigo?
¿Qué puede decirte un simple lagarto para disminuir tu pena?  Sólo puedo hacer que me escuches un minuto. Lo justo para señalar que en el  calor que nos llega del sol no todo es de polvo, soledad y ausencia. No todo es  niebla, oscuridad y miedo. En el balanceo sutil del aire, sobre la tierra suena  una melodía. Tus manos dejan de estar vacías al acariciar el viento y tus ojos  miran y lo ven todo.
Somos y somos lo que no sabemos y es que hay en nosotros una  llama viva o su reflejo que es casi lo mismo. Caen los días en un otoño que  parece eterno y pasan las cosas entre sueño y sueño. Llega la noche con sus  bellos sueños y calla nuestro silencio. ¡Ah! ¡Qué sol tan precioso! Amarillo y  mate como un membrillo. Siento mucho lo de tu arbolillo, pero ya hace tiempo  que abandonamos el Paraíso del manzano. Déja que te diga cómo lo veo yo:
Todo  empezó cuando las inquietas manos del Alfarero crearon un mundo de barro, luego  vendría la era del aluminio rojo, la del platino desprendido de las estrellas  moribundas y la del grafeno limpiando la mala fama de la negritud del carbón y  de las razas. Pasamos del Paraíso del manzano al vientre del desierto donde las  gacelas corretean contra el viento para refrescarse; del mar y la luz reflejada  en sus olas al espacio exterior sin ruidos y sin aromas, exento del viejo olor  del lápiz y sólo las letras de las canciones y su música son capaces de 
escribir  la noche eterna del Universo 
en  el diccionario de las verdades.
Pasamos  casi sin continuidad de los saberes intranscendentes a los conocimientos  tardíos. ¿Es posible que el Alfarero se haya tomado una copa de Calvados?
Lo  cierto es que ahora urge pasar de los esfuerzos por calmar la angustia, el  miedo y las lágrimas del niño a vivir la ternura de la madurez para  reescribirnos aunque sea en el refrito de un nuevo disco duro.
                                                                                                       Johann R. Bach

XANA GARCÍA
ResponderEliminar18:28 (fa 1 hora)
Cuando se sabe observar la belleza de la vida ,plasmarla en profundos y deliciosos diálogos poéticos ,subsiste a cualquier tiempo ,polvo ,ausencia, en una sinfonía de pájaros eternos clareando el universo. Y ,sí si,siempre hay que vivir la ternura ,la mayor expresión del amor, reescribirnos con todo lo que llevamos dentro como un canto a la esperanza,jamás borrarnos ,apreciado Lagarto