LLEGANDO A LA CUMBRE  DEL TURÓ DE L'HOME
En algún momento pensé  
si Corinne esperaba  que me abalanzase sobre su boca, si esperaba mis caricias o simplemente lo que  quería era no estar sola, pero al mirarle los ojos sólo veía un vacío  indescriptible y en sus labios una ligera línea blanca como si hubiera bebido  leche que no eran precisamente algo erótico. Con esa pobre compañía de Corinne  como vecina se acababan mis relaciones con otras personas del poblado edificio  de París.
La invité a  visitar Barcelona. Pero su silencio me indicó que nada esperaba de mí. Me  preocupó durante algún tiempo aquella sensación de mostrarte dispuesta, útil,  sentirte necesaria en contraposición al menosprecio por no colmar las  expectativas de personas de ambiciones superficiales. 
Me replegué  sobre mí misma. Al principio intenté apuntarme a un centro excursionista, pero  mi carácter retraído me alejaba de todos los grupos -muy cerrados, por cierto-  y decidí ir haciendo excursiones en solitario. Fue así que un viernes a la  tarde tomé el tren que me llevó hasta Sant Celoni. Desde allí cargada como una  mula con exceso de alimentos en la mochila me dirigí caminando hacia Santa Fe. 
A mitad de  camino la noche cayó sobre mis hombros despiadadamente y me alejé un poco de la  carretera, coloqué mi saco de dormir entre los pinos, miré al cielo para ver si  había luna y estrellas, pero las nubes tapaban por completo el firmamento. Me  quedé dormida sin darme cuenta. Me desperté un par de veces durante la noche y  al amanecer mis ojos estaban abiertos como platos. El hambre me obligó a  desperezarme y desayunar.
El sol salió  temprano y las nieblas huyeron como fantasmas al tercer canto del gallo. Caminé  de nuevo montaña arriba y detrás mío se cernía espléndido el sol, iluminando  una y otra vez nuevas hermosuras. Evidentemente, el espíritu de la montaña del  Montseny me era benévolo. Probablemente sabía que el poeta, o poetisa en su  caso, es capaz de narrar la belleza; y, aquella mañana me dejó ver su Ápex  respirando por el Turó de l'Home como estoy segura de que no todos lo han  visto. 
Pero también  el Ápex me vio a mí como sólo Clara me ha visto: en mis pestañas centelleaban  perlas preciosas como en la hierba del valle. El rocío matutino del amor  humedeció mis mejillas, los susurrantes chopos, plantados en hilera junto al  camino, me entendían, sus ramas se apartaban unas de otras, se movían arriba y  abajo al igual que los mudos que expresan su alegría con las manos y a lo lejos  se escuchaba un sonido milagroso y enigmático, como el tañido de las campanas  de una iglesia. Se dice que son las campanillas de los rebaños, que en el Ápex  están afinadas con amor y pureza sin igual.
En un recodo  del camino me senté con la intención de comer algo y descansar y,  sorprendentemente, me volví a dormir. Cuando abrí los ojos el sol había subido  ya muchos peldaños de su marcha diaria. Por su posición juzgué que sería  mediodía cuando me tropecé con uno de esos rebaños, cuyo pastor, un joven  pelirrojo y amable, me informó sobre el camino que debía tomar para ir al lago  de Santa Fe. Estábamos en una zona sin casas cercanas y por ello me alegró bastante  que el pastor me invitara a comer con él. Nos sentamos para tomar un ligero  bocado consistente en queso y pan. Las ovejillas atrapaban las migajas, las  adorables terneras blancas saltaban a nuestro alrededor y hacían sonar  traviesas sus cencerros mirándonos sonrientes con sus grandes ojos risueños.  Disfrutamos de aquel banquete como reyes e, incluso, mi anfitrión me pareció un  rey en toda regla y si me hubiera pedido desnudarme para que me entregara a él,  lo habría hecho sin dudar.
En lugar de  realizar mi deseo, nos despedimos amistosamente y, alegremente comencé a  caminar montaña arriba. Pronto me recibió un boscaje de altos abetos que  apuntaban al cielo mientras que sus coníferas colgaban cerca de mi cabeza. Un  poco más arriba me topé con las enormes secuoyas, árboles por los que siento  respeto desde todo punto de vista. Y, es que en mi imaginación me parecía  comprender que su crecimiento no fue nada fácil y que en su juventud las habrían  pasado moradas.
Mirando los  árboles, apretándose unos con otros, alrededor del lago pienso en el trabajo  que sus raíces tuvieron que realizar para romper la tierra granítica para  absorber el óxido silícico base de la consistencia de sus tejidos y sus frutos  las piñas, organizadas de tal forma que su estructura les permitiera sobrevivir  a los incendios provocados por el rayo sobre los rastrojos del bosque.
A pesar de  todas las dificultades meteorológicas, las secuoyas se han elevado hasta esa  imponente altura. Y abrazadas a las piedras, como si estuvieran soldadas a ellas,  se yerguen con mayor firmeza que sus cómodos compañeros en el manso suelo  forestal de la parte baja de la montaña los prolíficos castaños de La  Batllòria.
El  satisfactorio crecimiento de esos árboles era una gran esperanza para mí y mis  problemas endocrinos: la esperanza en la propia naturaleza de la vida.
Lo más  delicioso era ver cómo la dorada luz solar penetraba en la verde espesura de  los abetos, las raíces de los árboles formaban una escalera natural por la que yo ascendía jadeante hacia el Turó de l'Home acortando así el sinuoso camino que  conducía al observatorio. Por todas partes había mullidos bancos musgosos, pues las  piedras estaban cubiertas de las más bellas variedades de musgo de siete u ocho  centímetros de espesor, como si fueran almohadones aterciopelados de color  verde claro. Por todas partes, un delicioso frescor y un ensoñador murmullo del  agua de aquel minúsculo torrente. Aquí y allá veía cómo el agua goteaba bajo  las piedras con brillo plateado, bañando las desnudas raíces y las fibras de los  árboles.
Ante aquella  fuerza natural yo me inclinaba escuchando a un tiempo las secretas historias de  la creación de las plantas y los tranquilos latidos del corazón del Montseny.  En algunos lugares, el agua brota de piedras y raíces con mayor fuerza formando  minúsculas cascadas creando entornos idílicos para reposar. El murmullo y el  susurro mezclados con los trinos de las numerosas especies de aves sonaban  maravillosos; la nostalgia quebraba con el canto de los pájaros, los árboles  musitaban a mi paso como mil lenguas de muchachas; como con mil ojos de novicias  me miraban las extrañas flores silvestres que extendían hacia mí sus sépalos,  de singular anchura y graciosamente dentados; juguetones centelleaban aquí y  allá los divertidos rayos del sol; todo estaba como hechizado, todo resultaba  cada vez más y más misterioso; un sueño milenario cobrando vida y ... el amante aún sin aparecer.
Después de  un largo reposo en el observatorio y una exploración ocular de un mapa  orográfico en relieve en una de sus pequeñas estancias me despedí del famoso y solitario  meteorólogo padre de diez hijos emprendiendo el camino hacia Sant Marçal con la  intención de subir a Les Agudes.
                                                         Johann R. Bach

me he hecho una idea del trayecto para andarines. de San Celoni al lago de Santa Fe, su vegetación, en especial de las secoyas, cuando la protagonista reanuda el camino al Turo de L,home.El pastor, las ovejas, muy bucólico. Al almuerzo, con el pastor, le añadiría una bota de vino tinto,
ResponderEliminarCOMENTARIO DE XANA
ResponderEliminarMe parece tan hermosa esta narrativa poética que hechiza ver el transcurrir de la vida de la amiga de Clara ,su búsqueda constante,sus esperanzas en la vida de la propia naturaleza como ejemplo de lucha
COMENTARIO DE XANA
ResponderEliminarMe parece tan hermosa esta narrativa poética que hechiza ver el transcurrir de la vida de la amiga de Clara ,su búsqueda constante,sus esperanzas en la vida de la propia naturaleza como ejemplo de lucha