30 mar 2014

El can seguía mis pasos por miedo a que lo abandonara

LAS DESIGUALDADES

 

¡Es intolerable!

La desigualdad –dicen algunos echando el grito hacia el cielo- entre los pobres y los ricos aumenta vertiginosamente.

 

¡Oh, claro!

Cada cual ve con sus ojos; yo también. Pero hay algo peor: ni la más honda comprensión de nuestra desigualdad facilita las cosas;

 

No elimina nuestras diferencias

ni nuestras pretensiones.

 

No, no me quejo ni de ti ni de mi destino.

 

A veces sólo la conciencia

de nuestra desgracia puede mantenernos por encima de la desgracia, en un lugar profundo y sublime;

 

-una brisa tranquila sopla arriba,

mis cabellos me golpean los hombros suavemente como dos manos amistosas, como dos alas transparentes, que alivian y aprueban.

 

A mi alrededor

se expande la compasión de la luz atemporal de las estrellas, -compasión que sentimos por los demás y por nosotros mismos, naturalmente.

 

Entonces no necesito volar,

allá, en la cima del sueño y de mi última voluntad, me encuentro conmigo misma, libre de mí,

 

separada de lo mío y unida con el mundo.

 

Y las cuerdas que llevaba atadas a las manos,

a los pies, al cuello, rotas por fin, ahora también son alas, -para oírlas ondear para que sus extremos rocen delicados el cielo y la tierra-

 

Me acuerdo de un perro que até a un árbol.

No quería comer los alimentos que se le daban porque estaba muy mal acostumbrado.

 

¡Cómo intentaba sacudirse las gotas de lluvia!

¡cómo se esponjaba su cola; cómo ondulaban los músculos de su cuerpo debajo de aquel pelaje negro y reluciente por el déficit de potasio!

 

Pensé que el hambre

le haría roer la cuerda hasta liberarse; luego, a la carrera aunque cojeando, seguiría el rastro de algún aroma nutritivo (tal vez no hay libertad sin sacrificio).

 

No pudo romper la cuerda.

Apiadada de su dependencia de otra especie –la nuestra- le tiré una piel de plátano que devoró inmediatamente.

 

Algo más tarde

puse a su disposición un mendrugo de pan, y luego otro, … y luego otro… Lo desaté del árbol y abrí la puerta del jardín. No quiso irse.

 

Desde aquel día comía

lo que le echábamos mientras la puerta tras la cual estaba su libertad continuó siempre abierta.

 

Por las noches daba un paseo.

El can seguía mis pasos por miedo a que lo abandonara. Los humanos somos libres, no dependemos de otra especie a pesar de las condiciones adversas naturales

 

Las lámparas se encendían en las casas,

se alumbraban las puertas, las ventanas –el barrio se llenaba de estrellas, era el cielo en la tierra.

 

Yo me sentía bien

a pesar de mi impotencia para disminuir las desigualdades. Aquél enorme mastín de Burdeos había comprendido la lección.

 

                                                       Johann R. Bach

 

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