25 nov 2016

¿Quién sabe si cada criatura no ve las cosas de modo diferente a las demás...?


QUINCE MEANS QUINCE

Nacida con un oído excepcional
que me permite oír la menor vibración musical y unos ojos dotados de una agudeza extraordinaria, en medio de visiones colosales, si todas las cuales guardaran sus proporciones en relación a mí una sencilla Migale lasiodora no me parecerían ni más grandes ni más pequeñas de lo que me parecen en esta Fiesta de Mansardas.

Imaginémonos un mundo
reducido a las dimensiones del espacio euclidiano limitado por los dominios de mis Siete Telarañas con todas las cosas reducidas en proporción, los habitantes de ese mundo suponiéndolos dotados de órganos como los míos, lo percibirían todo en la misma forma y proporciones como las percibo yo; temblarían ante la posibilidad de una mordedura de una hormiga. Todos vivimos en el mismo mundo aunque en espacios adecuados a nuestra propia escala.

Sin embargo siempre surge en mi cabeza
una pregunta sin respuesta clara: ¿Quién puede negar que vivimos todos en un mundo microscópico y la factura de nuestros ojos nos hace verlo del tamaño que lo vemos como si estuviéramos impregnados con polvo de platino?

¿Quién sabe si cada criatura no ve las cosas
de modo diferente  a las demás y no oye de modo diferente cada sonido y sólo la lengua, la nominación idéntica de un objeto -que sin embargo uno ve así y otro de otro modo-, los une en el entendimiento? "Milk means milk, quince means quince"(1) –dicen los británicos.

¿El idioma?
¿Es el idioma el responsable de una posible confusión? No. Quizá cada palabra suena distinto en los oídos de distintas criaturas, sólo el individuo que permanece siendo el mismo, la oye de una misma forma.

                                                                                              Johann R. Bach

Nota de la propia narradora
(1)"leche significa leche, membrillo significa membrillo"

...la soledad la transmite Francia, y el dolor de la herida, se contagia desde el Oriente.


SEGUNDO Y LA JUEZA

¿Y ese joven abrazado a esa señora de tan corta estatura?
Sonríen –dice Carmen la vecina de la habitación contigua de Antoin y Rosa-, se miran a los ojos, se mueven contorneándose como en una danza eterna y parecen ajenos a la felicidad del resto de esta fiesta.

Ella es Sylvie
–oigo, desde mi rincón, sobre la tubería del agua caliente, cómo contesta Rosa-, una jueza considerada naïf por sus compañeros de carrera debido a su exagerada cifosis. Él es Segundo un muchacho que estudió geología. Su historia es, según me contó Ermessenda, la siguiente:

Segundo había acabado sus prácticas
de final de carrera en los Pirineos: Su trabajo había consistido en lanzar una sustancia colorante en los surcos subterráneos y descubrir su recorrido al aflorar el tinte aguas abajo. Con una "carraca" (pequeño aparato decantador) analizaba la composición mineral de las aguas ocultas. Decidió ir a París haciendo auto-stop y para ello atravesó el Port de la Bonaigua a pie a pesar de que aquella noche había nevado un poco.

El cielo había encanecido de nubes,
el viento frío había comenzado a sacudir y a hacer gemir y a las diaclasas(1) heridas aún no cicatrizadas de la piel de la emblemática montaña. Serpientes rojas y azules, fulminando, rompían la falda negra de las nubes, las aguas parecían ladrar en el fondo del valle, mientras que el trueno cantaba profundamente como un profeta de la perdición. Entre aquella súbita oscuridad densa e impenetrable, Segundo vio como una sombra plateada blanqueaba el paisaje y la pelusilla, ya amarilleada como oro despeinado, parecía levantar las manos. Era el "Tiburón" de Sylvie que se había detenido junto a él. El cristal de la ventanilla descendió y la dama se ofreció a llevar a algún lugar civilizado a aquel joven geólogo que ya estaba arrepintiendo de haber escogido aquel día como inicio de su viaje.

Segundo no lo pensó dos veces,
ocupó el asiento junto a aquella amable mujer y sintió cómo el calor le reconfortaba. Serpenteando por la carretera vio con preocupación cómo en el cielo, las nubes se rompían en pedazos y amenazaban con una gran tormenta. Tuvo la sensación que huía hacia otro mundo con una mujer que parecía tranquila ante las inclemencias del tiempo.

¿A dónde te diriges –le dijo Sylvie-
y cómo se te ocurre ir a pie por una carretera solitaria con este tiempo de perros?

-Sin mirar siquiera a la conductora Segundo contestó:
"he acabado mis estudios y me dirigía a Vielha y desde allí haciendo auto-stop, pretendía continuar viaje hasta París…, pero con este tiempo…".

-Yo también -¡qué casualidad!- voy camino de París,
si quieres puedo acercarte hasta Lyon… o quizá algunos kilómetros más. Todo depende de la hora de llegada.

Segundo, agradablemente sorprendido,
accedió no sin antes agradecer por tres veces a aquel ángel bienhechor. Se relajó y comenzó a explicar cómo había pasado aquel verano, trazando mapas en solitario sobre unos paisajes idílicos moteados de tomillo y romero. Ella explicó que había estudiado derecho en una época en que el mundo era optimista, y que, sumergida en el laberinto de las leyes, la vida se hacía cada vez más incómoda.

La carretera serpenteante
bajo una tormenta de aguanieve se hizo larga hasta que no alcanzaron la National 20 ruta amplia en muchos tramos en los que se podía alcanzar la velocidad de ciento treinta kilómetros por hora. El flamante "Tiburón" se tragaba las distancias con facilidad y hacía del viaje un paseo sobre el mar. Eran tiempos en los que Francia aún no había comenzado a construir autopistas. Durante ese trayecto Segundo ya se había fijado en la imagen de Sylvie.

No era lo que se dice atractiva
aunque su cara tenía la dulzura morada y blanca del mármol en la sombra. Sus rasgos aunque un poco marcados no eran secos y sus ojos, cortados como almendras, tenían la intensa voluptuosidad del terciopelo negro y nadaban en sus órbitas; una sonrisa fina y con todo llena de inocencia le pasaba por su mirada el espectáculo del idílico paisaje de la carretera. Además con aquella espalda encorvada que casi rozaba el volante, le parecía sentir, los latidos de un corazón de oro como el de la Esmeralda de Nôtre Dame de París.

Faltaba poco para el mediodía
cuando Sylvia detuvo el auto en un restaurante en cuya explanada había decenas de camiones. "Donde hay camioneros –dijo con alegría la conductora- la comida es buena y barata. Vamos te invito a estirar un poco las piernas y a comer algo". Hasta ahí todo le pareció completamente normal y estuvieron charlando en la mesa como si se conocieran de toda la vida.

Los acontecimientos cambiaron de rumbo
cuando después del último vaso de vino Sylvia propuso hacer una corta siesta en el motel adjunto al restaurante. De repente Segundo sintió en su estómago algo extraño mientras que involuntariamente su pene ganaba tamaño mientras observaba aquellas torsiones de Sylvie mientras intentaba abrir, nerviosamente la puerta de la habitación asignada. El cuerpo de Segundo empezó a experimentar una extraña reacción: así, sin más, le fue subiendo poco a poco la temperatura y sintió que las fosas nasales se le dilataban. La boca se le llenaba de saliva y al tragarla surgió de su garganta un sonoro "glup".

Por alguna razón
le picaban los lóbulos de las orejas. Y el órgano reproductor que durante todo el viaje había colgado desmañadamente, se tensó, se hizo más largo y grueso y acabó por alzarse. Debido a ello, en la parte baja de su vientre se formó una protuberancia. No comprendía cómo había llegado hasta la misma puerta de la habitación casi sin apercibirse de las intenciones de aquella educada Dama.

Cuando Sylvie torcía el cuerpo,
mientras abría la puerta de aquel improvisado dormitorio, sus brazos rotaban en las tres dimensiones, como una persona que practicara un estilo de natación peculiar. Y por alguna razón desconocida aquellos movimientos excitaban más y más a Segundo que se estremecía como si fuera la primera vez que estaba con una mujer.

Torpemente, le preguntó a Sylvie por esos movimientos.
Ella, un poco contrariada contestó: ¿retorcerme? ¿Te refieres a esto? –e hizo una demostración de la contorsión. Es el sujetador que me viene pequeño. Sólo eso. Sí, el sujetador. ¿Te enteras? ¿O acaso te parece raro que una chica jorobada lleve sujetador? Eso, que sepas que yo también tengo mis dos tetas. No soy una vaca, es cierto, ni me apetece llevarlas bamboleándose al andar. Como tengo esta constitución, el sujetador no se adapta bien a mi cuerpo. La forma de mi cuerpo es un poco diferente a la de una chica normal. Así que de vez en cuando necesito retorcerme y corregir la postura. Ser mujer es más duro de lo que te imaginas y no pocas veces la crueldad de algunos hombres mofándose de mi figura se hace insoportable.

Segundo cogió la mano que le tendía Sylvia
y la siguió hasta el lecho donde se tumbaron sobre la colcha como sin prisas. Sé lo que piensas –dijo Sylvia mientras se desnudaba- tienes curiosidad por saber cómo será follarse a una jorobada, ¿no? No le faltaba razón, pero, sorprendentemente, la excitación no cedía. Ella seguía hablando mientras acariciaba los cabellos del geólogo: "todavía hay gente a quien, a pesar de que el mundo está resquebrajándose, le preocupa si una chica es jorobada y la menosprecia por un estúpido sentir estético".

En esa época Segundo se empalmaba
con que apenas soplase el viento de poniente. ¿Quién es capaz de prever las sensaciones que pueden derivarse del hecho de acariciar una espalda redondeada con una mano mientras que con la otra se recrea en un pubis cuyo vello como una piel de astracán se extendía hasta el ombligo y también muslos abajo? "Déjame besarte –le decía Sylvia- como hace tiempo que no lo hago. En este mundo, todo suena de distinta manera. La forma de tener sed es distinta en cada persona. La mía es una sed antigua y casi inextinguible por ello te pido que me dejes beber en tu cántaro".

Después de quedar en parte saciados,
Segundo le confesó a Sylvia que también a algunos hombres solteros la vida no se les presentaba fácil. "A veces me siento –decía- como una alfombra persa de tonos claros, y la soledad, la mancha del Burdeos que nunca se eliminará". Ella corroboraba esa realidad diciéndole que la soledad la transmite Francia, y el dolor de la herida, se contagia desde el Oriente.

¿No estaremos haciendo algo ilegal
–preguntó Segundo al saber que Sylvie era una mujer casada? No temas, soy jueza de la Court de París y conozco bien la ley. Por otra parte mi marido, aparte de padecer estrabismo ocular y psicológico, es impotente y nunca jamás me ha penetrado obligándome a satisfacerme sexualmente yo misma porque no es capaz siquiera de acariciarme.

Después de dos días
sin salir prácticamente de la habitación, reanudaron el viaje hacia París. Ella era uno de los propietarios de este inmueble y al llegar aquí introdujo a Segundo en el ascensor de la escalera de servicio entregándole una llave con el número siete diciéndole que le esperara porque iba a aparcar el auto y dejar en la conserjería el equipaje.

Meses más tarde Segundo
se preguntaba dirigiéndose a Antoin y Rosa después del accidente fatal sufrido por Sylvie: "¿Habría arrojado su muerte una especie de sombra sobre mi ser? Tal vez le contara a su marido que mis genitales eran bonitos. Cuando estábamos en la cama, pasado el mediodía en aquel motel me decía sosteniendo mi verga en la palma de su mano como si admirase una joya incrustada en una corona real hindú: "Es precioso". Aunque yo no sabía si hablaba en serio el halago me excitaba hasta el punto de volver a penetrarla una vez más. Yo creía en sus palabras puesto que ella tenía unos criterios raros, muy diferentes a los del resto de la gente.

Con una tristeza infinita
Segundo abandonó su habitación y nunca más volvimos a saber de él. Por eso estamos tan contentos de que haya acudido a esta Fiesta de Mansardas.

                                                                                           Johann R. Bach

24 nov 2016

¡Bones Festes!


CATALUNYA PAÍS DE NEU

Sortiran a jugar amb la neu.

Aquests nens carregats sobre les teves espatlles
són alhora la teva càrrega i la teva ocasió, el teu horitzó.

Terra de muntanya on crema la calèndula
i de camps d'oliveres i vinyes, de magraners i ametllers;
terra de pins acariciada per l'escuma de Posidó,
per vents de Tramuntana, Cerç, Mestral o Garbí;

Catalunya no els cansis de tu,

Mantén-te entre flor i frontera;
sigues per a ells bressol i paradís.
                                                                                         J. R. Bach

22 nov 2016

Ermessenda dejó atrás la niñez cuando se enteró que era catalana


LA SICALIPSIS DE ERMESSENDA

Dime Rosa –preguntó Quentin-
¿podrías resumir en pocas palabras lo que fue la vida para Ermessenda?

-Cualquier opinión, biografía o tratado sobre Ermessenda
pecará de parcial aunque yo diría algunas cosas que los biógrafos de La Escalera de Mármol no han tenido en cuenta al escribir sobre ella:

Ermessenda dejó atrás la niñez
cuando se enteró que era catalana: en la escuela le contaron un chiste sobre los catalanes y no le hizo gracia.

Sepancuantos de civil tintero(1)
que durante la edad madura la palabra tabú de Ermessenda –según me confesó ella misma- era "dilúculo"(2) última de las seis partes en que se divide la noche, momento en que vaciaba la carne de todo icor.

Años más tarde
aquella escritora maravillosa que fue Ermessenda, si no senil, se volvió senescente, se sobreponía a las flaquezas de la carne, completaba el giro y examinaba a los muchachos desde los cuatro puntos cardinales.

Empezó Ermessenda –creo- el viaje hacia el Ápex
cuando habiendo leído ya todos los libros como Mallarmé y teniendo a su disposición todas las respuestas nadie en el Paneta Tierra le quería hacer preguntas…, nadie… y, sin embargo, su sicalipsis(3) estaba intacta.

                                                                                             Johann R. Bach

Notas de la narradora
(1)      Lope de Vega emplea esa expresión en "A la Braveza de un Toro
         que rompió la Guarda Tudesca.
(2)  tomada de la novela "El Licenciado Vidriera" de Miguel de Cervantes.
(3) Picardía erótica (Emilia Pardo Bazán en "La Boda"

19 nov 2016

incluso al mono le llega el día en que falla y no logra aferrarse a la rama.


MÁXIMO EL MUJERIEGO (1)

Oye Rosa
¿quién es esa alma en pena que está sentado en el rincón del lavabo y por qué lleva ese gorro de lana que le tapa hasta las orejas si aquí no hace frío?

-Es Máximo.
Estuvo hospedado aquí en estas mansardas durante unos meses. Era callado y taciturno. No iba mal vestido, se comportaba correctamente y no parecía mala persona. Con el gorro de lana tapa el agujero que le causó una bala en la cabeza. Es una historia la suya en la que aún quedan algunas sombras por disipar.

Para Máximo,
tener al mismo tiempo dos o tres "novias" era algo normal. Puesto que ellas tenían a sus maridos o a sus parejas, daban prioridad a esa parte de sus obligaciones y, como es lógico, el tiempo que le dedicaban a él era reducido. Por eso mismo a Máximo le parecía muy natural, y nada desleal, tener varias amantes a la vez. Aunque, claro, a ellas se lo ocultaba. Su postura consistía en mentir lo menos posible sin revelar más información de la necesaria.

Afortunadamente, aún no le había ocurrido nunca
que el marido o la pareja de una de sus novias se enterase de las relaciones y se montase un drama, o que Máximo se viera en una situación comprometida. Hombre precavido por naturaleza, a ellas les aconsejaba ser lo más prudentes posible. Sus consejos podían resumirse en tres puntos básicos: no meter la pata debido a las prisas, no seguir siempre las mismas rutinas y, cuando hubiera que mentir, contar mentiras lo más sencillas que se pudiera (respecto a algunas mujeres, eso era como enseñar a volar a una gaviota, pero por si acaso).

Tras haber mantenido
ese tipo de relaciones tan artificiosas con tantas mujeres durante tantos años, sorprendentemente, se casó con una mujer que, habiendo abandonado a su marido, llenó toda su casa al darle dos hijos. La mujer lo dio todo por él pues estaba locamente enamorada. Al principio Máximo se comportó como un buen padre de familia tardando cinco años en volver a las andadas. Guardaba la misma discreción de siempre, pero incluso al mono le llega el día en que falla y no logra aferrarse a la rama.

Tuvo la suerte de mantener relaciones amorosas
con una vecina de diecisiete años, poco cautelosa, y, como es natural la esposa acabó enterándose del asunto. Los celos llevaron a aquella mujer despechada a la consulta de un abogado. A aquél no se le ocurrió otra acción que acusar a Máximo ante los tribunales por estupro. El juez, a pesar de que la muchacha declaró que sus relaciones con el acusado eran consentidas, dictó sentencia condenatoria de seis años de prisión.

Aquella condena, al ser superior a los cinco años, daba a la mujer el divorcio directamente y, por la misma razón, la empresa donde trabajaba vio la oportunidad de despedirlo sin más. Todos salían ganando: la esposa quedaba libre, la empresa no tendría que cargar con la obligación de pagar la seguridad social durante años, el juez un marciano de turno iniciaba una carrera brillante, el abogado cobró sus honorarios, el fiscal conseguía su enésima condena y sus jefes lo felicitaron por tal "heroicidad"; y, de momento parecía que el único perdedor era Máximo que perdió aparte de la libertad, una familia y un empleo.

En el barrio se siguió con interés
toda aquella historia hasta que, encerrado en la cárcel Máximo, los vecinos dejaron de tener información sobre el caso y la cosa pareció caer en el olvido. Sin embargo cuatro años después se produjo un asalto espectacular a un banco muy importante: los atracadores se hicieron fuertes en el interior reteniendo a clientes y empleados. La policía había rodeado toda la manzana y se preparaba con toda clase de precauciones para que el asunto no acabara en una masacre. A uno de los atracadores se le ocurrió asomarse a una de las ventanas altas, circunstancia que fue aprovechada por un francotirador de la policía apostado en un terraza de un edificio situado al otro lado de la concurrida calle, y, de un solo tiro, abatió al atracador.

Después de varias horas de negociación
con los atracadores se produjo una estampida de clientes y empleados que arrastrándose alcanzaban uno a uno la boca del metro donde la policía les tomaba la filiación para distinguir quién era atracador y quién no. Todo el mundo siguió por los periódicos el relato de los hechos, pero donde cayeron con mayor repercusión fue en el Barrio de Máximo pues él fue el abatido.

Máximo debió,
en su desesperación de haberlo perdido todo en la vida, asociarse con aquella extraña banda que nunca dejó claras sus intenciones… Perdió, en aquel atraco, también la vida, sí, pero aquellos dos hijos que dejó huérfanos ¿con qué sentimiento debieron aprender a convivir al conocer el origen y final de la historia del padre?

En cuanto a Máximo, ahí lo tenéis,
ocultando, con un gorro de lana, el agujero por donde le volaron los sesos: incapaz de articular palabra, tampoco quiere estar sólo en esta noche de fiesta.

                                                                                 Johann R. Bach

(1)      Nota de la araña narradora:
         Cualquier parecido con la vida real será mera coincidencia.

17 nov 2016

Leyendo a Ermessenda aprendí que la emoción es todo en la vida y aún más allá


SEXO SALVAJE

Miles de estridentes carcajadas estallaban
mezcladas con música de jazz ya exenta de humo de tabaco en aquel angosto pasillo de las mansardas del 13 Bd. Raspail. Nunca tantas almas se habían reunido en un espacio tan reducido. Nunca había visto un alma sencilla como Rosa por ejemplo, hacer un comentario tan profundo sobre una escritora prolífica como Ermessenda. Yo os lo cuento todo tal y como se lo oí decir a Rosa hablando con Quentin.

Rosa, echando largos tragos
de naranjada con calvados, le comentaba a Quentin que Ermessenda escribía, refugiada, desde su guarida frente al Mediterráneo, en un pueblecito blanqueado de la Costa Brava, el fin del mundo, el silencio otorgado por Poseidón, apenas la certeza de su estilo frente a la soledad y el desarraigo. Allí se sentía como el último habitante de una lengua casi desaparecida, engullida por la vulgaridad, la pedantería, el mal estilo.

¿Pero –preguntó Quentin- a qué llamaba Ermessenda
marea negra del mal gusto?

Ni más ni menos –contestó Rosa-
que a la decadencia de la literatura francesa y sus "afines" la catalana, la gallega, la italiana y, por supuesto, la española, acartonada, amnésica, inerte, una lengua de mercaderes, tocada de muerte como el latín de Ausonio y Rutilio, pero también emblema de una enajenación sexual generalizada, como la de esas frígidas que disertan hasta el infinito sobre el estupro. Porque para ella sólo cabía una Verdad Sexual sexo salvaje frente a la impotencia de sus contemporáneos. A Sartre, A Malvaux, a Gide los comparaba con putas baratas "que no sabían ni hacer una paja".

Ermessenda fue el J'accuse contra su tiempo,
es decir, contra la cretinización de la cultura y la malversación de los recursos de la sociedad a cada instante. Porque sólo el tiempo cuenta el instante y nada más.

Escribir en carne viva, detener el instante,
comportaba en Ermessenda un mensaje directo al sistema nervioso de todos los países de origen latino. El resto, según ella, no era más que palabrería hueca como si hubiéramos sido condenados a una gigantesca Torre de Blablabla. La suya era una sucursal del Mundo del Ápex a punto de ser blanqueado, el cabaret de las almas perdidas. Nada de valses. Escribía a ritmo de jazz: "Te abrazo –dejó escrito-, pobre siervo, Landrú escrofuloso, lenguado lúbrico, lánguida anémona.

¿Sabes Quentin? Algunos escritores
quisieron ser condescendientes con ella e intentaron justificarla: "Es una depravada sexual –decían- aunque escribe muy bien". El argumento clásico no resuelve la única pregunta interesante: ¿Cómo puede ser una persona depravada si es un gran escritor?

La respuesta amigo Quentin,
es una nueva condena a los infiernos de la nada, prohibido hablar de Ermessenda. Pero ¿qué es eso de la nada? Las parcelas de los cementerios contienen más huesos que un saco de nísperos, es decir, algo son; y, si además contienen lápidas con poemas inscritos rodeadas de flores de sus admiradores, entonces estamos ante una obra de arte. ¿Qué se pudra! –decía a coro una muchedumbre de envidiosos.

Escritores de todo pelaje
se apresuraron a presentarla como un simple epígono de Sartre, de Miller, de Faulker y Genet, cuando en realidad era Ermessenda su inventora, quien abrió la puerta de ese "pudridero repleto de novelas peores que el sexo triste y moralizador".

Ermessenda aborrecía la literatura moral,
con su tufo a sacristía progresista, el mantra de los fariseos de todos los tiempos. Su profecía se está cumpliendo: "también –dijo- el griego clásico desapareció durante más de mil años, será así como regresaré de entre los muertos". Por supuesto se refería a ellos, los sumos sacerdotes de la gran literatura: "pálidos esqueletos que en su fiebre de odio se ensañan con un fantasma".

La ultrajaban sin conocerla.

Todo eso que me cuentas Rosa –decía Quentin- me inquieta y al mismo tiempo me emociona agradablemente pues ya sabes que yo fui un escritor un poco superficial, sí, pero honesto, nunca de cartón. ¿Nunca creí, en mi sencillez asistir a una fiesta como esta donde el regocijo de tantas almas relacionadas con las letras se confunde con el jazz y el sexo salvaje?

Ya lo ves amigo Quentin,
por fin se ha hecho realidad el vivir la vida al galope, contar rápido el fondo de la gran estafa colectiva, ridiculizar a tantos cadáveres exquisitos podridos en el altar del Gran Masturbador de Dalí.

Leyendo a Ermessenda aprendí
que la emoción es todo en la vida y aún más allá. Hay que encontrar el pálpito, acertar a transcribirlo o será su fracaso causa de la próxima muerte, un descenso inesperado en la infinita Escalera de Mármol.

¡Vaya fiesta! ¿Os habéis olvidado de mí queridos amigos?
Soy yo, la narradora, una insignificante araña, cuya única habilidad es la de manejar con soltura mis patitas y, gracias a mi diminuta alma me he colado por debajo de las puertas puedo ser testigo de todo lo que acontece en esta fiesta.

No tengo ni un minuto que perder,
voy a cruzar la barrera anaranjada del tiempo en tromba. ¡Al diablo el público! ¡Me voy a meter de lleno en la fiesta! Lector de buena fe lee todo lo que Ermessenda escriba pues yo acabo aquí mi relato porque yo también quiero divertirme.

                                                                                                Johann R. Bach


15 nov 2016

Ermessenda era terrible en sus críticas. Manejaba la palabra como el cirujano el bisturí


FAUNA Y FLORA INTESTINAL DE ERMESSENDA

Oye Rosa –pregunta Quintín-
¿Quién es esa dama misteriosa que habla con tanta elegancia con ese grupo de profesores?

-¿No conoces a Ermessenda?
Es una gran escritora. Ahí donde la ves es un Voltaire sin peluca, un Balzac sin miedo a la miseria, un personaje que rechazó la comedia humana de su tiempo a punta de palabras.

Era el perfecto chivo expiatorio,
una mujer maldita –algo así como la Empar Moliner en el siglo XXI-, una revolucionaria condenada a una muerte simbólica sin apelación posible. Era una mujer sola plantando cara a todo su mundo. Naturalmente con el divino Sartre (y sus existencialistas) a la cabeza.

Mientras algunos escritores,
en señal de rebeldía, deambulaban por África como Rimbaud o por América y de mujer en mujer, siempre en busca de esa Verdad Sexual que identificaban con la esencia de su prosa, Ermessenda intentaba suavizar aquella terrible advertencia que esos mismos autores lanzaban a "los infelices, jodidos de la vida, vencidos y desollados" aunque de sobras sabía que, efectivamente, cuando los grandes del Planeta Tierra comienzan a halagarles es porque los van a convertir en carne de cañón.

Cometió la estupidez –es cierto-
de creer en el pacifismo de los comunistas, pero ahí se acota su crimen. Era –en mi opinión- como una folclórica patriótica en un país de degenerados, lacayos y bastardos decidida a ridiculizar a los sultanes del Jazz de la intelectualidad francesa:

"Sois –solía decir de los escritores contemporáneos suyos-
mi fauna y mi flora intestinal, los oxiuros que me salen por el culo cuando abuso de los dulces, parásitos que vivís a mi costa copiándome mis metáforas, los jueces que respiran por la herida de los delincuentes protegidos, los castrados que envidian mi estilo".

Ermessenda era terrible en sus críticas.
Manejaba la palabra como el cirujano el bisturí. ¡Vamos! Todo lo contrario de cómo soy yo. Ven. Voy a presentártela.

-He oído –os lo prometo-
cómo después de que Quentin hubiera hablado unos minutos con Ermessenda, se ha acercado a Rosa y le ha dicho: "tenías razón Rosa es un todo un personaje. ¿Surgirá otro escritor de verdad como ella?

En caso afirmativo,
los escritores ya encumbrados, me parece, harían todo lo posible por matarlo antes de nacer, preferirían cien traducciones a una voz propia que convoque esa herida sangrante que es su pecado original. Sólo hay que ver cómo se ha puesto Vargas Llosa cuando se le ha otorgado el Premio Nobel de literatura a Bob Dylan.

                                                                                          Johann R. Bach

Elvira hacía dietas draconianas para no engordar, pero lo cierto es que tenía un doble culo imposible de reducir


ANTOINE Y ELVIRA

Hola Ermessenda
–dice Antoin saldando a la escritora que acaba de llegar a la fiesta-, ya creía que no ibas a venir a esta humilde celebración de nuestras bodas de platino.

"Te acabas de perder la mejor exhibición
de la danza apache ejecutada maravillosamente por Gracia y Pierrot, pero pasa, toma una copa y dile a Rosa que te la llene de la bebida que más te guste".

-"No me podía hacer a la idea
de que tú, la persona más importante de nuestras vidas no asistieras a Nuestra Convocatoria".

"Déjame abrazarte.
¿Te acuerdas? Entraste en nuestras vidas justo cuando yo comenzaba a decir "hace un cuarto de siglo…" "hace más de treinta años…" refiriéndome a la vida de Rosa cuando aún tenía problema alguno en la vista, y a mí mismo en una etapa anterior a aquel accidente en el que perdí mi mano derecha".

"¿Te acuerdas?
Yo te había dicho que el año mejor de mi vida fue el mil novecientos sesenta y cinco cuando leí Lady Chatterly y comenzaba a oír música de Bob Dylan y de los Beatles (bastante tarde ya para mí). También te dije que ya sólo faltaba algunas despedidas (entre ellas la mía) de estas Mansardas. El orden, y cómo habían de ser aún no lo sabíamos".

-Sí, sí. Pero dime Antoin
¿cómo vinieron a parar todas esas profesoras a este lugar? Esa es una cuestión que aún no he podido añadirla a mis crónicas.

"Todo empezó con Elvira "una muchachita de Valladolid".
Vino a Paris con un contrato de asistente de lengua española por un año que le otorgó el Lycé Charlemagne. Tuve la ocasión de comprobar que era una persona orgullosa y altanera el día que fuimos a comer al "Corso" un restaurante situado cerca del metro Cambronne, concretamente en la Rue d'Almiral en el que se podía comer un buen "beefteck au poivre" acompañado con un buen plato de "pomme mouselin".

-"Je ne veux que des legumes et pommes de terre,
parce que je ne mange jamais de la viande" (no quiero otra cosa que no sea legumbres y patatas). El camarero se la miró con ojos de incredulidad y por toda respuesta le puso en su mano la carta". Aquello hizo que me sintiera avergonzado y arrepentido de haber llevado a Elvira y sus amigas a un restaurante que tenía como característica la solidaridad dejando que los clientes pagaran lo que buenamente creyeran como necesario.

"En el Corso se podía comer
un día gratuitamente y al siguiente pagar con creces la comida del día anterior. Todos los platos se preparaban a la vista de los clientes y tanto la carne como las verduras eran frescas y de calidad. Estaba regentado por tres matrimonios en régimen de cooperativa y les debía ir bien porque después de cuarenta años seguían allí con el negocio". En un lugar así lo último que se me hubiera ocurrido es mostrarme arrogante y exigente".

Elvira hacía dietas draconianas
para no engordar, pero lo cierto es que tenía un doble culo imposible de reducir sin serrarle su enorme ilion. Era pecosa y su escaso pelo dejaba ver con nitidez su cráneo. Pese a su carácter me dio pena y por eso le alquilé una habitación en nuestras Mansardas.

Mírala ahí en el fondo del pasillo
con su cara de luna, hablando con dos profesores del Charlemagne. Hay que decir de ella que habla muy bien el francés y se esfuerza por superarse, aunque siempre habla con una voz impostada que la hace desagradable.

                                                                                       J. R. Bach

14 nov 2016

Pero ahora entre los brazos de pierrot ha dejado de pensar y sólo quiere ser.


GRACIA, LA HIJA DEL ALCALDE

Al fondo del Pasillo
puedo ver cómo Gracia –la hija del alcalde de Salamanca- quiere imponer sus ideas feministas a un grupo de jóvenes profesoras. En su "ardor revolucionario" no duda en ponerse ella misma como ejemplo:

He dejado a mi marido
–puedo oírla muy bien desde aquí- cuidando de mi hijo, mientras yo me divierto en París. Porque divertirse es también un derecho femenino. Después de todo a ninguna mujer le viene mal un par de semanas lejos de la familia… y si cae algún apache sobre el que cabalgar por las noches mucho mejor…

La veo cómo, satisfecha,
se lleva la copa de cerveza aderezada con coñac a los labios. Ha fijado sus ojos en Pierrot. Al contemplar su masculino mentón se le revuelven las mariposas en su vientre. No puede ocultarlo. Aumenta su sudor y en las mejillas aparece el carmín. Pronto olvida sus teorías feministas. Avanza hacia él y le ofrece una galletita…

Su conocimiento de la lengua francesa
es bastante superficial a pesar de que estudió filología francesa en Salamanca. Cada vez que oigo la frase "el que quiera saber que vaya a Salamanca" pienso en ella. En su cabeza hace ya tiempo que entró la idea de que para defenderse en la vida a una mujer no le hacen falta conocimientos especiales: es suficiente no dejarse seducir por un hombre más joven que ella, más inculto que ella, más bajito que ella, más pobre que ella… es decir, hay que jugar siempre a ganar…

Pero ahora entre los brazos de pierrot
ha dejado de pensar y sólo quiere ser.

A su alrededor se ha abierto un corro,
todos callan y la música de la danza apache invade las mansardas… La fiesta entra en una fase alegre y aún no es medianoche… Al ver el baile de la improvisada pareja todas las almas están en vilo. Sólo yo, la narradora, conservo la calma.

                                                                                                        J. R. Bach

13 nov 2016

¡Seguro que se ha puesto sus gayumbos5 rojos! Cuando vaya al lavabo me colaré tras él para comprobarlo.


PIERROT "EL APACHE"

¡Hostia! ¡Ha venido hasta Pierrot "el apache"!
Vaya lima1 que se ha agenciado: con bolsillos chaveteados, orlados por una cinta roja de la que cuelga un manojo de clichís2.

Su porte es el mismo de siempre:
enfundado en sus estrechos jalares3 verdes y tan cortos que dejan entrever, a la altura de los tobillos, los picantes4 marrones de flores y tonos calabaza.

En su delgado su rostro,
dándole el aire de una alma dura destaca su profundo hoyuelo de la hermosura, con aquella cierta sonrisa de los jóvenes del barrio de Rochechouart.

¡Seguro que se ha puesto sus gayumbos5 rojos!
Cuando vaya al lavabo me colaré tras él para comprobarlo.

Nunca me hubiera imaginado volver a verle.
No era mal chico, pero era amigo de llevar friqué6 al cuello y la siempre la pipa7 preparada.

Todos en el barrio le temían y sus opiniones se acercaban al concepto de ley. De todas formas era un bailarín que animaba las fiestas al aire libre, fiestas en que sólo un acordeón y un oboe sin él no hubieran movido a nadie. Cuando se hallaba alojado en el hotel8 el barrio se tornaba nostálgico.

                                                                                          J. R. Bach
Notas de la narradora
1  Camisa. 2 Llaves. 3 Pantalones. 4 Calcetines. 5 Calzoncillos. 6 Pañuelo. 7 Pistola. 8 Cárcel

La piel del planeta sufre.


GRAVILLA DE ÁNFORAS ROMANAS

La piel del planeta sufre,
parafraseando a Nietzsche, una infección similar a la del tifus, tiene mal aspecto, sí, pero sólo está afectada en un uno por ciento. El resto –aconsejo- hay que observarlo detenidamente y al igual que los mitos y las estatuas nosotros no renunciamos a toda esa belleza natural.

Sentados en los amplios escalones
de esta Escalera de Mármol disfrutamos del panorámico paisaje viendo cómo crecen los frutos de la hiedra en umbela, cómo concluye el racimo bajo las hojas de la parra, cómo alza la rosa la frente ante la nada y herida… cómo se balancea el gorrión en la rama del cerezo.

El deseo y la separación
en la Escalera de Mármol casi no existen. La pasión en los árboles de hoja perenne –que aquí son abundantes- es continua. Quienes hemos sido lo sabemos y no nos extraña que los amores perfectos, tanto de seres vertebrados como invertebrados- son un solo amor.

Todos los días más bellos
de los equinoccios son un solo día. Cuerpos ausentes que habíamos amado, rehechos a partir de un puñado de metales oxidados sobre el Mármol Pulimentado volvemos a nuestros antiguos pensamientos, y

con atónitos espíritus
que se parten de risa ante la indiferencia de una rosa que, reencarnada por vigésimonónica vez, aún sigue encandilándonos; ante la imagen de la hormiga que lanza mordiscos sobre los peciolos; ante el grito surgido de las carótidas del grillo…

Ante la contaminación,
se despedaza y rasga sus carnes la rosa –es cierto-, pero de los brotes jóvenes, del oscilar de su risa, surge la realidad: Donde una rosa se marchita otra se abre y el tiempo en todo el Universo es uno aunque dos las verdades.

La piel del planeta sufre.
Nosotros tensión de laurel en calma y arco de ciprés lo sufrimos resignadamente y nos conformamos con unos pocos rayos de sol que iluminen, de vez en cuando, nuestras sienes.

Somos ni más ni menos que rosas,
torcidas rosas del Paisaje Metafísico Urbanizado rodeadas de espinas como recios tendones y músculos resecos que sólo reciben los reflejos de los faros de los automóviles al pasar a medianoche…

Poco podemos hacer
desde esta Escalera de Mármol para sanar las heridas de la piel del planeta pues ya sólo somos gravilla de ánforas romanas en un museo cobijadas.

                                                                           Johann R. Bach

12 nov 2016

Su lengua atravesaba el caos entrópico y su alma estaba colmándose de calor.


13, Bd. Raspail

Antoin y su esposa Rosa
lo habían dispuesto todo hasta el último detalle: En la primera habitación, a modo de recepción habían colocado una pequeña mesa con unas hojas cuadriculadas donde deberían firmar todos los asistentes y, entrando a la izquierda, junto a los tubos de la calefacción, un par de barras que hacían las veces de armario ropero. En el angosto pasillo habían colocado los dibujos del perfil de todos y cada uno de los convocados. Frente a la salita de recepción una gran sala estaban acumuladas las cervezas, el coñac, el calvados, el Côtes du Rhon, las litronas de vichy, la naranjada, los canapés, las chocolatinas, las servilletas de papel, platillos, cuchillos y tenedores de plástico…, el champagne y sus cubitos de hielo aguardando en la nevera junto al jamón en dulce, el queso de Camembert y el sorbete Le Trou Normand…

En la habitación Número Tres
había colocado el simpático matrimonio una mesa redonda con un tapete de lana verde como para leer las cartas o la buenaventura. El resto de habitaciones se habían llenado con sillas plegables de madera. En el fondo del pasillo se hallaban dos lavabos con sendas tazas a modo de las antiguas comunas y lo que venía a denominarse cocina: una estancia con una pica y una cocina eléctrica con dos fuegos.

Las paredes de todo aquel conjunto de mansardas
estaban cubiertas con papel pintado antiguo y probablemente con su contenido arsenical. No era precisamente un lugar alegre. Por otra parte las ventanas de las habitaciones de la parte derecha del largo pasillo daban al patio interior de manzana desde donde podía verse el lujo de los apartamentos que tenían su fachada al famoso Boulevard Raspail.

El primero en acudir a la fiesta
fue Alejandro bisturí que soñó con ser llave para abrir el corazón y sus ventanas.

Su pretensión
de convertir el escalpelo en pluma sanadora, el poema en corazón y la sangre en lenguaje no llegó nunca a materializarse.

Ignoraba que cualquier oficio
contiene herida y cauterización.

Amputaba sonidos
y no percibía que en la palabra bosque, late el árbol, en la palabra rama la madera y en la palabra hueso vive el esqueleto.

El segundo en alcanzar las mansardas del edificio
fue su amigo Fernando. Debido a una desgraciada fobia a meterse en un ascensor había subido por la escalera de servicio.

Su lengua atravesaba el caos entrópico
y su alma estaba colmándose de calor.

Jadeante –os lo aseguro- exclamó:
¡Socorro, no entiendo nada! ¿Por qué se hace la fiesta en estas cochambrosas mansardas?

La ciudad de París
se convertía en imagen condensada de una pretendida  "cultura universal" , una cultura que, en su totalidad, como dicta el mito clásico de Narciso1, está enamorada de sí misma.


(1)Nota de la narradora:
La palabra Narciso procede del vocablo griego "narcosis" adormecimiento.

                                                                                                             J. R. Bach

10 nov 2016

HOY COMIENZO A ESCRIBIR OTRA NOVELA. He aquí la portada


GRAVILLA DE ÁNFORAS ROMANAS

Cuerpos ausentes que habíamos amado,
rehechos a partir de un puñado de metales oxidados sobre el Mármol Pulimentado volvemos a nuestros antiguos pensamientos, y con atónitos espíritus que se parten de risa ante la indiferencia de una rosa que,

reencarnada por vigésimonónica vez,

(después de cuatro ciclos múltiplos de siete) aún sigue encandilándonos; ante la imagen de la hormiga que lanza mordiscos sobre sus peciolos; ante el grito surgido de las carótidas del grillo…

                                                                                                     Johann R. Bach


9 nov 2016

En los cristales de las ventanas golpea un vientecillo, dentro de la casa se seca el sudor


EL OTOÑO SE APAGA

Siento que esta noche
hace un poco de fresco. El otoño y su viento ya se apaga. El tiempo parece querer cambiar el apacible cielo constelado.

En los cristales de las ventanas
golpea un vientecillo, dentro de la casa se seca el sudor y en las calles se acumula la hojarasca. ¡Por fin un receso!

En plena  noche
aún se oyen claramente las conversaciones de las terrazas y la voz debajo de los árboles que dice: "ya no volveré. Me echaste de tu lado y me obligaste a rehacer mi vida lejos de tus ojos. Eso, que lo sepas".

A través de la ventana entornada
se oye la guitarra de un estudiante –músico aficionado- y su música que, a fin de cuentas sube desde la plaza y se une a toda esa música exquisita, sutil, y organizada de los astros.

Siento que esta noche
hace un poco de fresco. El otoño y su viento ya se apaga mientras crece en mis entrañas la ansiedad…

la ansiedad por volver a echar los dados.

                                                                                    Johann R. Bach