DIAS DE AMARANTO
Aquel septiembre se despidió
con alegre música mezclada con un sol lleno de vitalidad. La plaza rebosaba gente y optimismo.
De acuerdo con los tratados de magia
medievales, la música alegre ayudaba los exorcistas a ahuyentar los malos espíritus. Con ella se adormecían. Luego los subían a lomos del humo que se desprendía de quemar el amaranto.
Esa circunstancia dio origen a su nombre
-Fumaria oficinalis- que procede de la palabra latina fumus, que significa humo, y hace alusión a que el conjunto de esas plantitas, de coloración grisácea, parece una emanación de humo.
De la misma forma
se dice que el jugo de la planta irrita los ojos y hace llorar, como lo haría el humo del tabaco. Por esa razón en algunas regiones europeas se la denomina "la hierba de la viuda".
Y sin embargo aquel septiembre
se despidió con alegría y entusiasmo. No fueron días de amaranto, fúlgidos como la lanza de un urano.
Al contrario, fueron sus noches
las que hicieron retroceder la arterosclerosis mientras por los altavoces resonaba una suave música de swing sobre una multitud decidida a divertirse.
Las manos descosidas
de las tinieblas de trescientos años dibujaban rostros en el aire y los pies marcaban paso a paso una nueva alegría.
Los botones se reían.
No nos cosieron –exclamaban- para soportar los correajes de la esclavitud sino para ser desabrochados con suavidad.
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