12 feb 2012

NOSTÁLGICA LISBOA EN GRACIA

Nostálgica Lisboa en Gracia

 

Hay fiesta en la Plaza de La Virreina.

Te detienes a curiosear

y de puntillas pasas

por encima de la mecha

que ha de prender la traca que

 

 dé la salida a los monstruos de cartón,

 

Correfocs llenos de pólvora

ávidos de exhalar el fuego de los pulmones.

Sorpresivos estallidos y golpes de bastones

se mezclan en una aparente simbiosis

de bailes populares con raperos y okupas.

 

Sin embargo, sospechas que esta noche

 

pertenece a otra música más tranquila

y sigues paseando lentamente

por el Carrer de l'Or.

Ante una suave y nostálgica voz femenina

detienes de nuevo tus pasos:

 

es el atractivo ambiente del Raconet de Lisboa.

 

En ese restaurante

la luz parece arrastrarse por su piel:

no vuela, no planea y cae de pronto;

sin colores sobre el mar de sus paredes,

no alcanza a vendar su desnudez

 

el ungüento del arte de la foto en blanco-negro

 

de los cuadros y mezclada con los fados

flotando en el aire –diferente del helado-

de los antiguos techos elevados

la convierte lentamente

en un pez blanquísimo

 

cansado de pelear contra la red y la locura.

 

Esta noche, ya con el fado en tus venas

acompañado con vino tinto,

puedes sentir como el tiempo pasa

acariciándote las mejillas y trayendo

a tu mente cómo se fueron los navíos

 

uno a uno, con nostalgia, de la bella Lisboa.

                                                           Elisa R. Bach

LA MÚSICA DE LA NOCHE EROSIONA

LA MUSICA DE LA NOCHE EROSIONA

 

Ante tus ojos el mar abierto, al fin,

como otras tantas veces,

te ha descubierto triste, triste

como el sabor de tus labios

gastados ya de besos y silencios.

 

Ante ese mar abierto,

 

el viento recorre la distancia infinita,

que ha sembrado una a una las islas,

bajo la atenta mirada de las estrellas

y la suave caricia de la arena

pisada por tus pies, y,

 

erosiona lentamente tus pensamientos.

 

Como si todo aquello que has amado

se hubiese sumergido entre las aguas

y tú fueses buscando amaneceres

cada vez más profundos, escribes

como tus orillas lamieron sus delicados pies,

 

y con letra lenta, decidida grabas las lejanías

 

que llegan hasta tus ojos y desatan

no llantos ni nostalgias, sino sueños

de ser luz en su cuerpo y en su nombre.

Borraste sus huellas, evitando

el camino de vuelta de su aurora

 

aunque sus libros, algún poema, sus zapatos

 

y su olor viven en el fondo de algún armario.

¿Cómo será su noche, qué recuerdos

permanecerán fieles en su mar?

¿Recordará cómo vivieron tantas

y tantas veces cómo tus ojos dibujaban

 

aquella extraña y erótica geografía?

 

¿Permanecerá fijada aún tu caligrafía tatuada

en su pecho, ahora ya imaginario?

Como si ya la luz huyera eterna

y no fueran tus ojos para él

sino para pactar una angustiosa paz

 

en cada ola perdida de tus ansias y en el viento.

 

En cada viento, al fin,

sin más conciencia que ver

las brasas humeantes del universo

de tus ojos y alrededor tuyo sólo tu cuerpo.

Que el olvido te llame a sus umbrales

 

y todo ante tus ojos sea la música de la noche.

                                          Elisa R. Bach

10 feb 2012

LA NOCHE DE FINAL DE MES

LA NOCHE DE FINAL DE MES

 

¡Qué pasada!

Por la mañana te levantarás

bailando valses de Johann Strauss;

todo sonreirá bajo un cielo despejado

y un sol prometedor

 

como tantos a final de mes.

 

Al mediodía el ritmo de swing

te hará sudar, hasta reventar,

en la Plaza de la Virreina.

Por la tarde te relajará la ducha y la siesta,

luego, después de una película,

 

cena, pasodobles y ron incluidos.

 

Entrarás en casa deseando más noche;

tu compañero de piso te dirá simplemente:

"te esperaba".

El atrevimiento con el que te desnudas

volverá a desconcertarlo.

 

Tú te sacas el luto como íntima ropa negra,

 

como tu madre lo hacía al ponerse el pijama.

¡Vamos, alégrame lo que queda de noche!

-te dirás parafraseando a "Harry El Sucio"-

Sabes que pronto te encontrarás

con la aurora clavada en el espejo.

 

Haces mala cara –pensarás en tus adentros-

 

y tienes los pies sucios de música barata,

has perdido el foulard del último aniversario.

De costumbre –a la hora de los sobornos-

apagarás el amanecer

con una copa más de ron quemado

 

mientras escuchas el último blues

 

de Radio FIP saliendo de tu ordenador.

¡Qué pasada! Un simple compañero podría

convertir en rosas las agrias flores del vino.

Mentirás indiferencia para todo lo que  no sea

la noche de final de mes y en el Bar Terra,

 

ebria de vida falsa, seguirás adorándola.

                                                   Elisa R. Bach

7 feb 2012

Invierno del 62. "El canguro se traslada a base de saltitos lógicos" (CAP. 15 DE BARCELONA NACIÓ CON LOS GRANADOS)

Capítulo 15   

 

·         Carácter reflexivo y filosófico. Caluroso y diarreico

              SULFUR 200 CH

·         Carácter complaciente. Friolero y estreñido

              SILICEA 200 CH

 

Invierno del 62

 

Eres música

 

que cae sobre sí misma al dormir,

pero aquella mañana despertaste

bajo el silencio de los blandos copos

de un crudo invierno.

 

Era el año 1.962

 

y tu sueño de nieves del norte

llamaba a tu ventana.

Excitados y jubilosos tus hermanos,

exhortaban a celebrar la navidad.

 

Tú, con apenas 18 años

 

No viste aquel tranvía 24,

de cuatro puertas, varado

en la Travessera de Dalt,

cubierto de nieve, ni sentiste

 

el viento helado

 

resbalando por la calle

Ntra. Sra. del Coll;

os habíais mudado a una casa

alcanzable con el tranvía azul

 

o subiendo lentamente

 

Por la Avenida del Tibidabo a pie

en un movimiento extraño

de un mundo que avanzaba

a paso de tortuga.

 

igual que un sueño

los árboles estaban helados

y los veías como tu próximo destino:

hoteles solitarios y con una historia

que pudiera contarse como única.

 

¿Te acuerdas de la nevada del 62?           Elisa R. Bach

 

Mientras preparábamos el viaje a la Costa brava yo iba sacando de cada rincón de mi memoria anécdotas que estaban dormidas como si no hubieran sido importantes, pero a medida que estiraba del hilo iban saliendo más y más momentos vividos intensamente. Recuerdo aquel invierno del 62, el invierno de la gran nevada. Llegó prematuramente con las grandes lluvias de un 25 de septiembre. El agua arrasó miles de casas construidas junto a rieras en Rubí y Terrassa. Fue una gran catástrofe.

 

Recuerdo que en aquel año el curso en el Instituto comenzó alrededor del 5 de octubre y en esos días aún se pedían voluntarios para paliar los efectos de aquella catástrofe. Mis hermanos acudieron en ayuda de los damnificados. Yo no pude ir porque consideraron que yo era todavía una niña. Yo no me tenía como tal, pero ya se sabe la pequeña de la casa siempre es la pequeña: no es un problema de años. El curso empezó con gran alegría para mí.

 

El Instituto donde estudié todo el bachillerato era el más bonito del mundo. Estaba levantado en mitad del Parque de La Ciutadella, rodeado de cuidados árboles, con una cascada monumental y el lago artificial formando parte de sus encantos donde había cisnes paseando plácidamente sobre la piel del agua. Junto al Instituto había también un jardín botánico y hasta un zoológico. El Instituto Cinto Verdaguer era femenino y todas llevábamos un uniforme inconfundible. Constaba de un vestido de cuadros verdes y un jersey azul marino. La mayoría de las chicas usábamos leotardos o pantis para combatir el frío en las piernas.

 

A las horas de entrada y salida del Instituto se formaba una nube de cuadros verdes en la entrada de los vagones del metro en la parada de Triunfo, mezclándose con la vorágine de cuadros rojos y jerseis grises de las chicas que estudiaban magisterio y ya venían dentro de los vagones porque ellas subían una parada antes que nosotras: Urquinaona.

 

Los chicos que viajaban en el metro junto a nosotras provenían del colegio religioso de la Calle Caspe o del Instituto Jaime Balmes. Se ruborizaban ante tantas chicas y bajaban sus ojos incapaces de soportar tanto erotismo desbordado. Y es que las chicas en grupo éramos temibles como abejas celebrando la primavera. . A veces algunos chicos haciendo campana nos acompañaban por el parque en nuestros paseos a la hora del recreo y cuando alguno de ellos lograba robarnos un beso nos hacíamos fosfatina.

 

El Instituto era para mí una fuente inagotable de cosas nuevas. Las compañeras explicaban qué habían hecho durante el verano y hablaban por los codos dentro y fuera de las aulas. Recuerdo a todos y a cada uno de mis profesores. El de matemáticas nos revelaba cada día algo nuevo, algo apasionante. Comprender que un número entero podía ser expresado por un par (a,b) de números naturales me hacía sentir un cosquilleo en el pecho indescriptible, pero cuando descubrí los números imaginarios fue la leche. ¡Números imaginarios! ¡Números que se escapaban de lo real (de la Recta Real)! Mi imaginación había entrado en un universo nuevo.

 

En literatura teníamos un profesor que era Académico de la Lengua. Era un engreído del culo. Nos decía que teníamos mucha suerte de tener un profesor como él. Nosotras calladamente, mirábamos hacia atrás para que no nos viera la sonrisa maliciosa que aparecía en nuestros labios. El estudio de la poesía consistía en un recuento de sílabas, estructura de versos que rimaban jocosamente y, por supuesto no era la literatura nuestra asignatura preferida.

 

Recuerdo que una compañera de clase se llamaba Martínez Ruiz y naturalmente le pusimos de mote La Azorina. Se dedicaba a ridiculizar sistemáticamente al profesor con toda clase de recursos. Aquel profesor olía a sudor como de ajo y era un poco guarro: borraba la pizarra con la mano y luego se restregaba los restos de tiza en los bordes de la chaqueta –siempre la misma de color azul marino- En ese momento se levantaba La Azorina y con un cepillo de la ropa traído de su casa le cepillaba su brillante chaqueta.

 

La Azorina no fumaba –ni ninguna de nosotras-, pero en cuanto el profesor se ponía el cigarrillo en la boca La Azorina salía disparada desde su asiento, catapultada hacia él para darle fuego. Nosotras coreábamos lo típico: ¡Pelota! ¡Pelota! Pero La Azorina estaba orgullosa de sus travesuras y levantaba las manos en señal de triunfo.

 

El Profesor de francés era un viejecito que no se quitaba el puro de la boca ni para explicar la clase. Nosotras para imitarle nos poníamos un buen trozo de regaliz en la boca imitando el puro del profesor e intentábamos copiar el "auténtico acento francés". Cuando el profesor nos decía que no debíamos tener el regaliz en la boca al hablar saltaba La Azorina diciéndole que así el acento francés era más puro (refiriéndose al puro que él llevaba en la boca. Nos tronchábamos de risa.

 

En aquellos años si querías presumir de "progre" tenías que ser una furibunda defensora de las teorías de Darwin, pero dentro de las aulas debías mantener la boca cerrada porque esas cosas se discutían en la universidad y en ambientes "revolucionarios o liberales". Aquellas teorías de la evolución de las especies no me preocuparon mucho en aquel entonces, pero cuando fui con Yvette al zoo de Saint Etiènne, reconozco que me inquietó un poco la polémica –siempre viva- sobre ese misterio de la vida y sus criaturas. Ya pasado Le Grand Quevilly, Yvette conducía despacio, con su ventanilla abierta, atravesando el precioso bosque de hayas, resbalando entre el aire fresco de la mañana y entusiasmada, me explicaba sus ideas acerca de la Teoría de la evolución de las especies.

 

Ya en el zoo me decía: "Mira, La Fontaine preparó –creo- la teoría de Lamarck. Sus animales sesudos, moralizantes y razonables eran un material vivo precioso para la evolución. Ya se habían repartido los mandatos entre ellos". Sonreía y yo todavía no captaba su humor.

 

"La razón artiodactilar –continuaba Yvette su discurso- de los mamíferos viste los dedos de éstos con un cuerno redondeado". "Mira mi amor –insistía, ya carcajeándose- cómo el canguro se traslada a base de saltitos lógicos". "Fíjate, ese marsupial, en la descripción de Lamarck, está constituido por unas patas delanteras débiles, es decir, resignadas a su inutilidad, unas patas posteriores muy desarrolladas, es decir, convencidas de su importancia, y una prótesis poderosa llamada cola".

 

"Esta teoría de la evolución ha encontrado refugio –continuaba diciéndome Yvette- dentro de los jardines de Luxembourg y se ha cubierto de pelotas y faldillas". Yo ya me había apercibido de que en París no había niños y en les Jardins de Luxembourg, junto al Bd Saint Michel, se exponía la única muestra existente de ellos como una especie en vías de extinción. Para Yvette Lamarck era de la raza de los antiguos afinadores, que tecleaban con sus dedos huesudos en las mansiones de otros. Sólo tenía permiso para las escalas cromáticas y los arpegios infantiles. Napoleón –con su reconocimiento- le dejaba afinar la naturaleza porque la consideraba como una propiedad imperial.

 

"En las descripciones zoológicas de Linné –continuaba Yvette sin descanso- no se puede dejar de advertir el legado y cierta dependencia del zoológico de feria. El amo de la barraca ambulante y/o su charlatán contratado se esfuerzan por mostrar las excelencias de la mercancía. Qué poco se pensaban aquellos pregoneros que llegarían a tener un cierto papel en el origen del estilo de las ciencias naturales clásicas. Mentían como bellacos, el hambre les hacía decir disparates, pero, al mismo tiempo inducidos por el entusiasmo, llegaban a creerse lo que decían".

 

Linné de pequeño, en su pequeña Upsala, no podía visitar las ferias, no podía no prestar atención a las explicaciones, plantado delante de la barraca de fieras ambulante. Como me pasaba a mí también, se quedaba boquiabierto, sintiendo lo mismo que yo una pena profunda por aquellas

criaturas cautivas y dignas de un mejor trato.

 

Al traer a colación aquí y hacer la comparación entre las obras del naturalista sueco y la elocuencia de un charlatán de feria no tengo, de ninguna manera, intención de desprestigiar el trabajo de Linné. Sólo quiero recordar el hecho que un naturalista es un narrador profesional, un presentador público de nuevas especies interesantes. Los coloridos retratos de animales que contiene el "Systema naturae" de Linné (parecido al de Rodriguez de la Fuente en la televisión española) podrían muy bien ser colgados en la pared al lado de ilustraciones de Goya o Rubens.

 

Salí del zoo, cogida de la mano de Yvette, con la convicción que Linné iluminó a sus monos con las pinturas coloniales más tiernas. Mojaba levemente su mínimo pincel en lacas chinas, trazaba las líneas con pimienta marrón y roja, azafrán, aceite de oliva y zumo de guindas. Y creo que cumplió con su tarea con inteligencia y alegría, como un barbero que afeita a un contramaestre textil, o como una ama de casa holandesa que muele café con un molinillo antiguo sobre su falda.

 

Pasado ya el mediodía volvimos a atravesar el bosque de hayas. Nos detuvimos en uno de los solitarios merenderos. Nos sentamos en uno de los bancos de piedra. El sol no lograba penetrar a través de las altas copas de las centenarias hayas. Fue un picnic maravilloso: ante su sonrisa y el fuego que despedían sus ojos le pedí a Yvette que me besara como la primera vez.  

 

Aquella noche no pegamos ojo. La discusión sobre el origen de las especies nos había robado el sueño y como dos colegialas continuamos hablando sobre el tema bajo las sábanas. Era fascinante lo que Yvette conocía sobre el tema. Decía que la lectura de los naturalistas sistémicos (Linné, Buffon, Pallas) influía maravillosamente en la disposición de ánimo, dirige el ojo y le otorga al alma una tranquilidad mineral como la de la turmalina lítica.

 

Linné me sonaba. Me era conocido como botánico porque había descrito miles de plantas. Pallas me sonaba a griego. Pero Yvette con pocas palabras me puso al corriente de que era ruso. "Aquel que no aprecie la música de Hayden, Gluck y Mozart –decía- no entenderá ni una chispa de Pallas". Él transfirió –aclaró- a las llanuras rusas la redondez corpórea y la afabilidad de la música alemana.  Con sus manos blancas de concertino recogía setas rusas. Setas de gamuza húmeda, terciopelo florido, pero si las partes por el medio, dentro hay azur.

 

Hayden y Mozart me eran algo conocidos , pero Gluck –a juzgar por lo que Yvette decía debía de ser muy importante y desconocido para mí. Gluck no hablaba de la música –me enteré por el diccionario- como "subordinada y auxiliar de la poesía", sino de la música como "elemento secundador de la poesía" y, comparándolo con el arte (por influencia de Diderot y de otros enciclopedistas), la música era concebida por él como el color dentro de un cuadro, o sea la vida, lo que animaba y vivificaba "el dibujo correcto y bien compuesto sin que ello alterara los contornos del dibujo".

 

Yo alucinaba con el tipo de vida al que me arrastraba constantemente Yvette. Ni en sueños podía imaginar aquellos placeres. "De todas las cosas materiales –solía decirme-, de todos los cuerpos físicos, el libro es el objeto que inspira a la persona una mayor confianza. Un libro fijado a un atril puede asimilarse a un lienzo tieso encima del bastidor en el que se halla preparado para ser pintado (o bordado).

COMENTARIOS DE LA PROFE DE MATES

COMENTARIOS DE LA PROFE DE MATES

 

Me ha gustado mucho el comentario que habéis enviado de Mónica Wolf, me parece un análisis profundo del sentimiento de humillación que sale en el capítulo 13. Se expresa muy bien en español y aunque su país esté congelado, su redacción es muy cálida. 

Os envío varios del 38, del 14 y del último poema.

 Del poema que inicia el capítulo 38 de "Niños a la Deriva" me ha encantado la idea de elegir entre el goce y la muerte para dar forma a la propia vida. Los tres meses de permanencia en el Hospital  para llegar a la fase de culminación, o  de luna llena en sentido metafórico, serán muy placenteros si, como sugiere la poeta, nos concentramos en disfrutar de nuestros éxitos y en acariciar los errores. Un sabio consejo.

Como en todos los capítulos de "Niños a la deriva", Elisa nos recuerda en el 38, conceptos de astronomía y matemáticas: los efectos de la inclinación constante de la eclíptica, la equivalencia entre días terrestres y horas gregorianas, hipérbolas que coinciden con trayectorias de meteoritos...No falla: poesía, ciencia y medicina intercaladas, como siempre, de forma natural, con palabras escritas desde cerca para llegar muy lejos.

Me ha gustado mucho que la "Niña" de esta semana se encuentre en Ribadeo, precioso pueblo costero del norte de Galicia. La historia de Carmiña es muy triste, me ha conmovido profundamente. Los esbozos que hace con sucesiones de hipérbolas hacen pensar que, en efecto, tenga aptitudes especiales para las matemáticas, y tal vez  esos dibujos, como interpreta Elisa, sean cometas movidas por delicados hilos, como los que enlazan los versos de sus poemas.

Precioso el recorrido por Normandía y Bretaña que relata el capítulo 14 de "Barcelona", todos los detalles que precisa Elisa y el estupendo reportaje gráfico añadido lo han convertido en un auténtico viaje del que he disfrutado mucho. No conozco esa zona de Francia y tampoco sabía que los marineros de Saint Malo le dieron el nombre a las Malvinas. Ahora estoy hecha un lío, ya no sé si preparar el viaje a Armenia o decidirme por esta excursión al país vecino, ¿y si Elisa decide llevarnos por rincones insólitos de Cataluña? Quedo a la espera de los siguientes capítulos.

En Galicia se producen diferencias entre la pleamar y la bajamar pero no son de las proporciones de las de Saint Michel. Concretamente, en Ribadeo, la playa de Las Catedrales para poder pasearla  hay que esperar a  la marea baja  pues, de lo contrario, no se pueden apreciar las maravillosas formaciones rocosas, cuevas y arcos que le dan el nombre. Aunque sabía de las mareas de Saint Michel, la prosa de Elisa, con sus matices, permite que los pequeños detalles brillen con luz propia y que el relato me haya parecido fantástico.

Es divertidísimo, como apunta un comentario de Mater amabilis, todo lo que nos cuenta Elisa sobre la "catequesis" en el capítulo 14. Yo tampoco entendía nada, recuerdo altas dosis de oscurantismo en preguntas de respuesta única y, lo que me superaba, lo más incomprensible para mí era la trilogía, el misterio de La Santísima Trinidad. La aclaración de Marta a las dudas que le plantea la pequeña Elisa no tiene desperdicio, es genial. Un capítulo para recordar.

 La publicación de "Blues y Ron" en el Bar Terra ha sido muy acertada para combatir con poesía estos días de frío siberiano. Los versos rociados de ron transmiten calor aunque no guste el ardor del alcohol. La compañía de los versos de Rilke está muy bien, pero me parece más cercana, más íntima la que brindan los poemas de Elisa para una noche de soledad en el Barrio de Gracia.

                                             LA PROFE DE MATES

5 feb 2012

Caléndula bajo una nube está triste

Comentario de Monika Wolf sobre el cap. 13 de BARCELONA NACIÓ CON LOS GRANADOS que cada semana se cuelga en el "Newsletter" de la web www.homeo-psycho.de

                                                                             Leo P. Hermes

 

Fuera de la presentación del tema de la recuperación del accidente y el remedio relacionado a través de los dos poemas y el texto en prosa me gustó mucho la forma en que la autora pone de relieve el tema de la humillación que tiene consecuencias tan severas para Ivette. Creo que cada individuo debería de  prestar mucha atención a este "enemigo pequenjo que crece en la sombra".

Pienso que es un tema que merece mucha atención como también puede formar parte de una sombra colectiva . Como podemos leer en la novela es imprescindible sacar a  este "pequenjo enemigo" de la sombra para poder sobrevivir o para no enfermarse luego. Otra vez me parece que la autora está haciendo un análisis respecto a un sentimiento y que a través del hecho de haber levantado el velo de una realidad que estaba en la sombra causando estragos desde ella cada lector puede llegar a una toma de consciencia: la realidad de este sentimiento bien puede ser de uno. Así podemos evitar de caer en la misma trampa.

Como nuestras sociedades se han alejado mucho a lo largo de los últimos anjos (bueno, en realidad no sabemos bien desde hace cuando...) de los sentimientos verdaderos me parece que también a nivel de nuestro imaginario colectivo la magistral descripción de aquella verdad es de importancia. Es preciso que enfoquemos también juntos los sentimientos y una visión sana de verlos y una manera sana de tratarlos porque de otra forma, como podemos "apreciar" en el caso del marido de Ivette, bien pueden llegar a destrozarnos y esto también a nivel colectivo.

Leyendo estas líneas de la novela me acordé de un poema (publicado en otra parte) de la misma autora que describe el poder de las plantas:

"Caléndula bajo una nube está triste

protege su alma encerrándose

bajo sus pétalos:

vuelve a reír en el preciso momento

que el sol aparece triunfante de nuevo;

se desnuda y se tiende para recibir

ultravioletas caricias,

quiere cicatrizar

heridas producidas

por humillaciones recientes.

 

Azucenas y margaritas

que alegran los campos

se levantan inmediatamente

buscando altura

después de ser pisoteadas

reponiéndose pronto

de disgustos y afrentas;

ayudan calladamente

a nuestra recuperación."

 

Me gustaría por fin seguir aquí en la misma línea de mi último comentario, por un lado veo que la autora en "Barcelona nació con los granados" hace una descripción y un análisis de un sentimiento, que es la humillación, y nos hace tomar conciencia del tema en si y de la envergadura del mismo, y por otro lado encontramos en su obra (en otra parte) este momento mágico poético (y también el remedio) que nos posibilita llegar a una síntesis que conduce a la sanación. Son unas líneas que verdaderamente transcienden.

Con un abrazo fuerte desde una Alemania congelada

Monika Wolf

4 feb 2012

BLUES Y RON

BLUES Y RON

 

Una vez más, esta noche

atraída por el blues del Barrio

entras en el Bar Terra

por la puerta de la calle Asturias

con la duda de si es útil

 

refugiarte del frío siberiano.

 

Atrás has dejado,

al hombre con turbante oriental

que pasea perros por las calles

al abrigo del portal retranqueado

junto al bazar chino,

 

arropado con una manta y por los canes.

 

Tomas asiento en la única mesa libre

junto a la puerta aunque dotada de un foco.

Estás de suerte. Nadie te conoce,

puedes leer los Apuntes de Malte de Rilque,

y, aunque con rezongona fatiga,

 

la camarera te sirve una gran copa.

 

No te gusta el ardor del alcohol,

pero puede ser una buena excusa

para todos los que pisan el bar;

quieres pasar desapercibida. Antes

del primer trago miras a tu alrededor;

 

el ron no pregunta qué te ha sucedido,

 

ya que él no es aún polvo ni saliva

ni se mezcla con el agua de la lluvia.

Haces un esfuerzo y bebes el primer sorbo,

el ardor empieza invadiendo tus labios

luego las encías y la lengua;

 

junto al dios del momento suben los decibelios.

 

Empiezas a notar cómo el invierno bebe,

después de la lágrimas falsas

de los que están en la barra;

cómo se les encorva de cifosis la espalda;

saben dónde viven aquellas que les amaron,

 

pero escogen la barra de bar antes que el hogar

 

Escribes tus notas al pie de una página

del libro del gran poeta, el segundo sorbo

te produce ardor en la garganta, te dices

a ti misma: "no habrá un tercero". Permaneces

sentada con un deseo tan lascivo y sin salida

 

que hasta el paisaje mojado te excita.

                                          Elisa R. Bach

31 ene 2012

EL MISTERIOSO MONT SAINT-MICHEL EN FEBRERO (Cap. 14 de Barcelona nació con los granados)

Capítulo 14         Amor sin medida

 

·         Las ostras sientan mal (diarrea)

Carácter fuerte más bien masculino

LYCOPODIUM 200 CH

·         Carácter pasivo y amoroso (llora fácilmente)

PULSATILLA 200 CH

Carácter compasivo (patológico) (llora fácilmente)

CAUSTICUM 200 CH

·         Carácter emotivo y contradictorio (llora y rie histéricamente)

IGNATIA 200 CH

 

Tu amor sin medida no morirá.

 

Si ya no te queda nada

y el mundo te parece

que no es más que una mirada

y un tiempo vivido de alegría,

 

una tristeza que avanza

y un dolor que no se confiesa,

entonces piensa en mí

y en el amor que te tenía,

 

en cómo me abracé a tu sombra.

 

Si ya no te queda nada

y el largo invierno impone

una caída muy lenta de nieve

sobre los tejados y árboles,

 

cuando el cólquico aún florece,

pero los rosales no gozan,

entonces piensa en mí

y en el amor que me dabas,

 

en cómo el grito era tu regalo.

 

Si ya no te queda nada,

ni el mar ni las estrellas

que en una noche de San Juan

indicaron la ruta a los marineros,

 

quizás aún te queden tus ojos

tan llenos de maravillas

que no necesitarás los sueños

para revivir otra vez lo gozado

 

de un amor sin medida que no morirá.             Elisa R. Bach

 

En los últimos años Yvette y yo recorrimos toda la geografía normanda y bretona, tomando notas del paisaje y sus habitantes, aprendimos a cocinar como auténticas bretonas y sus costumbres se nos pegaron a la piel, aunque su lengua no llegó a calar en nuestras alforjas.

 

Al final del estuario que va desde Dinan al mar se encuentra la presa que va desde Dinard a Saint Malo. Desde las almenas de Saint Malo se ve como las velas pasean sobre la piel de la presa. Ese es un lugar donde se puede avanzar lentamente con un velero, sin mar y sin cielo azul. Es un paisaje que lo puedes sumar a tu pecho.

 

Fueron los marineros de Saint Malo los que dieron el nombre a las Islas Malvinas (Îles Malouines) y que los ingleses las llaman Falkland. Se trata de una presa que se llena con la pleamar y se aprovecha el desnivel originado cuando el mar se retira para abrir compuertas y fabricar energía eléctrica. La marea también se emplea para hacer funcionar algunos molinos de agua antiguos lo que demuestra que trigos y mares siempre han ido de la mano.

 

Cada vez me sentía más a gusto en esa parte de la Francia rural y marítima. A menudo, al mirar por la ventana, entraba en un sueño. Las cosas, las escasas personas que pasaban por la calle y la luz ante mis ojos tomaban la maravillosa forma del sueño. Se cubrían de una niebla dorada y triste. Me gustaba, en esos momentos, volver la cabeza y ver que Yvette leía o dibujaba en su rincón preferido. Así me convencía que soñaba despierta y que no había diferencia entre lo que soñaba y lo que sentía.

 

Aquel silencio me rodeaba, me daba la sensación de estar deliciosamente presa de aquel contraluz y del viento que venían de un abismo desconocido.  ¿Querría alguien cubrir con una boca desesperada, con unos ojos vacíos el portal que da a la vigilia? ¿Querría, quién sabe quién, si yo se lo pido tiernamente, degollar el día? A medida que pasaban los días,

sentía en mi pecho cada vez más fuerte la necesidad de expresar todo aquello que me pasaba por la cabeza. Yvette me exhortaba a escribir, pero mis pensamientos se negaban a depositarse sobre un papel en forma de palabras.

 

Mi nivel de francés había alcanzado cotas muy altas, entraban los libros a través de mis ojos como agua fresca, los conceptos nuevos se grababan en mi mente como ideas abstractas y a su vez producían pensamientos que me asombraban a mí misma, pero todas aquellas informaciones no hacían de mi francés una lengua fluida: seguía traduciendo desde mi propia estructura gramatical y no como en una traducción simultánea. Yvette no tardó en darme la clave: Escribe –me dijo- en tu propia lengua.

 

Comencé a escribir un libro como el que construye un juguete, advirtiendo a imaginarios lectores que no leyeran todo aquello que yo ponía sobre un papel como memoria o nostalgia ante la infancia perdida. No es que reniegue de ella porque es lo que soy, pero ya no existe, va con mi alma en forma de esfuerzo o cómo un velero encantado. El mareo-delirio que me producía su doble rostro me obligaba, sin posibilidad de evasión, a contar historias, en mí vivas, observadas mientras miraba a través del cristal.

 

Empecé a mirar todo de otra forma. Sabía –me imponía el deber- que luego iba a escribir todo aquello que pasaba por el filtro de los sentidos y me hice con un cuaderno de notas donde además recogía mis impresiones. La primera historia que plasmé en el cuaderno fue la visión que me dio el Mont Saint Michel. Fue en febrero cuando las mareas allí son descomunales: el mar llega a retirarse hasta ocho kilómetros durante la marea baja y es capaz de subir hasta diez metros sobre la muralla de lo que fue una prisión en la pleamar. En total veintitrés metros de diferencia entre las dos mareas.

 

Con la marea baja quedaban al descubierto pequeñas lagunas sobre la arena en la que quedaban atrapadas miles de criaturas marinas que los turistas de fin de semana denominaban "fruits de mer". Aquel marisco pasaba directamente a las ollas en las que después de ser cocidas al vapor hacia las delicias de aquellos que, ávidos de la sal de la vida, devoraban sin límites todo lo que se moviera en aquellas charcas.

 

Yvette y yo paseamos sobre aquella fina arena, no lejos de la muralla, junto al rio Saint Michel que separa administrativamente Normandía de Bretaña. La marea había hecho retroceder el mar hasta el punto de perder de vista las olas. Un funcionario iba colocando unos carteles en los que se advertía que no se podía aparcar vehículos en aquellas playas porque se esperaba que la gran marea volviera a subir violentamente.

Leyendo aquellos carteles tuve la visión de que un hombre, mariscador aficionado, se había adentrado con exceso en una de esas lagunas y en su ambición por capturar las apreciadas "arañas de mar" y diminutas "crevettes" no se apercibía que poco a poco se iba hundiendo en la fina arena y cuando quiso retroceder aquella ciénaga ya se había apoderado de su capacidad de movimientos. Estaba atrapado. Angustiado el hombre empezó a pedir auxilio, pero las pocas personas que le podían haber prestado su ayuda corrían a ponerse a salvo: La marea estaba subiendo como un caballo al galope y el estruendo del mar rozando la arena aturdía todos los sentidos. Fue esa una visión espantosa de cómo se puede borrar de la faz de la tierra la vida de un hombre.

 

Subiendo por la única calle de Saint Michel, Yvette y yo nos deteníamos en cada tienda mirando cientos de postales y tocando ávidamente las cazuelas de cobre pulido y barnizado. Entramos en un restaurante abarrotado de turistas como nosotras y pedimos, como una excentricidad, un bisteck de caballo a la crema y nos bebimos entre las dos una botella de Côtes du Rhon. Con el tinto subido a la cabeza fuimos a nuestra habitación en el pequeño hotel de La Blanche. La tarde ya había entrado en una oscuridad en la que el ruido de las olas convertía el Mont Saint Michel en una fantasmagórica abadía que invitaba a no salir de la cama hasta el día siguiente.

 

Por la mañana, estando aún oscuro y encapotado el cielo llamé a Yvette a que mirara, junto a mí, por la ventana. Mira mi amor -le decía- no sé si ves lo mismo que yo. Mira ese gran pez oculto del Mar Normando, ha sido arrastrado por la marea y revolcado un centenar de veces por la arena. De nada le va a servir su espada; ya no podrá cortar las alas de los peces voladores. Mis ojos están ciegos –me contestó Yvette- y no veo nada, pero te oigo perfectamente y puedo ver a través de los tuyos todo lo que me cuentas, sentirlo como tú y tiritar de frío junto a ti. Al bajar a desayunar nos dijeron que la marea había arrastrado hasta la playa un pez espada.

 

Azules, verdes, ocres, rojas puertas y ventanas alegran la Rue du Port que va resbalando hacia el puerto en Cancale con casas cuya primera planta está elevada sobre su rasante de forma que algunos de sus escalones invaden la acera. Son escaleras de huellas estrechas y altas contrahuellas que dan acceso a viviendas temerosas de la pleamar. En Cancale bajamos al puerto y una señora ataviada con un gran gorro cilíndrico sobre su cabeza nos dio un cubo y unas botas altas de agua para que nosotras mismas escogiéramos las ostras que nos íbamos comer allí mismo añadiéndoles solamente limón.

 

Nos dimos un gran atracón de ostras recién cogidas. Por la tarde Yvette pagó cara su gula. Pilló una diarrea de órdago, en cambio a mí me sentaron de maravilla. Aquello me enseñó a que las mujeres con fuerte carácter masculino no pueden comer ostras, mientras que otras más "pasivas" como yo podemos comer cuantas queramos. Por la noche mi bajo vientre ardía; el deseo se me presentaba incontenible. Yvette estaba muy debilitada por la diarrea y sólo quería estar quieta. La abracé totalmente desnuda, le di todo el calor de mi alma y con su nalga entre mis piernas comprobé el efecto afrodisíaco de las ostras.

 

Yvette pasó, después de aquel atracón de ostras, dos días sin salir de casa y como en otras ocasiones me preguntó cosas de mi infancia que las tenía casi ocultas entre mis recuerdos como un libro lleno de polvo en un desván. Cualquier olor, cosa, palabra o color podía resucitar un episodio de mi infancia. En esos momentos Yvette llevaba puesto un jersey azul marino abrochado con botones sobre el hombro izquierdo. Era lo que los marineros de Normandía llaman "le vrai pull marin". La observé atentamente: sus grandes ojos completamente simétricos respecto al eje recto formado por su nariz me parecieron más hermosos que nunca y me recordaron la primera comunión de mi hermano.

 

En los tiempos de mi infancia los niños hacían la primera comunión vestidos de marinero, el primero de los tristes uniformes que deberían tener a lo largo de su vida. A los pocos años me llevaron durante unos cuantos sábados por la tarde a una cosa que le llamaban "catequesis". Allí nos explicaban la vida y milagros de un tal Jesucristo. Yo no entendía nada de nada, pero como tenía buena memoria, retenía con precisión las respuestas que debía de vomitar en cuanto me hicieran las preguntas correspondientes. A cada pregunta le correspondía una y sólo una respuesta como en una relación biunívoca matemática.

 

Como ejemplo de aquello, recuerdo que me preguntaban ¿Para qué vino Jesús al mundo? Mi respuesta debía ser automática: Para salvarnos. No entendía nada. La pregunta siguiente era, por si no había quedado claro el asunto: ¿Cómo nos salvó Jesús? La respuesta aún era más misteriosa. Yo debía contestar (y contestaba como la mejor pupila): Muriendo en la Cruz.

Aún lo entendía menos.

Cierto día Marta era la encargada de preguntarme todas la preguntas del catecismo para entrenarme a responder aquellas preguntas que se suponía que debíamos saber para poder llevar nuestro primer pomposo vestido blanco con cintas azules y zapatos de charol blancos con blancos calcetines. Le dije que no entendía nada de nada y me contestó que ella tampoco lo entendía. Sorprendida le dije que si no entendía ella aquellas preguntas cómo era posible que le dieran el cargo de ayudante de la catequista. Su respuesta fue más sorprendente que todo lo demás: porque ya tengo pelos en el sobaco. Yo reí porque Marta también reía, pero no entendía nada de nada.

 

A Yvette le gustaban aquellas historias de pueblos que, en aquella época, aún eran exóticos. Repuesta ya en parte planificamos un viaje a la Costa Brava con el fin de recorrer todos aquellos rincones que yo había vivido en mi infancia y en mi juventud. Preparando el viaje se la veía tan animada como cuando preparamos el de Armenia. A mí me halagaba saber que yo la hacía revivir continuamente y estaba contenta de haber descubierto lo placentero que es producir placer ajeno.