3 sept 2015

Me replegué sobre mí misma.


LLEGANDO A LA CUMBRE DEL TURÓ DE L'HOME


En algún momento pensé
si Corinne esperaba que me abalanzase sobre su boca, si esperaba mis caricias o simplemente lo que quería era no estar sola, pero al mirarle los ojos sólo veía un vacío indescriptible y en sus labios una ligera línea blanca como si hubiera bebido leche que no eran precisamente algo erótico. Con esa pobre compañía de Corinne como vecina se acababan mis relaciones con otras personas del poblado edificio de París.

La invité a visitar Barcelona. Pero su silencio me indicó que nada esperaba de mí. Me preocupó durante algún tiempo aquella sensación de mostrarte dispuesta, útil, sentirte necesaria en contraposición al menosprecio por no colmar las expectativas de personas de ambiciones superficiales.

Me replegué sobre mí misma. Al principio intenté apuntarme a un centro excursionista, pero mi carácter retraído me alejaba de todos los grupos -muy cerrados, por cierto- y decidí ir haciendo excursiones en solitario. Fue así que un viernes a la tarde tomé el tren que me llevó hasta Sant Celoni. Desde allí cargada como una mula con exceso de alimentos en la mochila me dirigí caminando hacia Santa Fe.

A mitad de camino la noche cayó sobre mis hombros despiadadamente y me alejé un poco de la carretera, coloqué mi saco de dormir entre los pinos, miré al cielo para ver si había luna y estrellas, pero las nubes tapaban por completo el firmamento. Me quedé dormida sin darme cuenta. Me desperté un par de veces durante la noche y al amanecer mis ojos estaban abiertos como platos. El hambre me obligó a desperezarme y desayunar.

El sol salió temprano y las nieblas huyeron como fantasmas al tercer canto del gallo. Caminé de nuevo montaña arriba y detrás mío se cernía espléndido el sol, iluminando una y otra vez nuevas hermosuras. Evidentemente, el espíritu de la montaña del Montseny me era benévolo. Probablemente sabía que el poeta, o poetisa en su caso, es capaz de narrar la belleza; y, aquella mañana me dejó ver su Ápex respirando por el Turó de l'Home como estoy segura de que no todos lo han visto.

Pero también el Ápex me vio a mí como sólo Clara me ha visto: en mis pestañas centelleaban perlas preciosas como en la hierba del valle. El rocío matutino del amor humedeció mis mejillas, los susurrantes chopos, plantados en hilera junto al camino, me entendían, sus ramas se apartaban unas de otras, se movían arriba y abajo al igual que los mudos que expresan su alegría con las manos y a lo lejos se escuchaba un sonido milagroso y enigmático, como el tañido de las campanas de una iglesia. Se dice que son las campanillas de los rebaños, que en el Ápex están afinadas con amor y pureza sin igual.

En un recodo del camino me senté con la intención de comer algo y descansar y, sorprendentemente, me volví a dormir. Cuando abrí los ojos el sol había subido ya muchos peldaños de su marcha diaria. Por su posición juzgué que sería mediodía cuando me tropecé con uno de esos rebaños, cuyo pastor, un joven pelirrojo y amable, me informó sobre el camino que debía tomar para ir al lago de Santa Fe. Estábamos en una zona sin casas cercanas y por ello me alegró bastante que el pastor me invitara a comer con él. Nos sentamos para tomar un ligero bocado consistente en queso y pan. Las ovejillas atrapaban las migajas, las adorables terneras blancas saltaban a nuestro alrededor y hacían sonar traviesas sus cencerros mirándonos sonrientes con sus grandes ojos risueños. Disfrutamos de aquel banquete como reyes e, incluso, mi anfitrión me pareció un rey en toda regla y si me hubiera pedido desnudarme para que me entregara a él, lo habría hecho sin dudar.

En lugar de realizar mi deseo, nos despedimos amistosamente y, alegremente comencé a caminar montaña arriba. Pronto me recibió un boscaje de altos abetos que apuntaban al cielo mientras que sus coníferas colgaban cerca de mi cabeza. Un poco más arriba me topé con las enormes secuoyas, árboles por los que siento respeto desde todo punto de vista. Y, es que en mi imaginación me parecía comprender que su crecimiento no fue nada fácil y que en su juventud las habrían pasado moradas.

Mirando los árboles, apretándose unos con otros, alrededor del lago pienso en el trabajo que sus raíces tuvieron que realizar para romper la tierra granítica para absorber el óxido silícico base de la consistencia de sus tejidos y sus frutos las piñas, organizadas de tal forma que su estructura les permitiera sobrevivir a los incendios provocados por el rayo sobre los rastrojos del bosque.

A pesar de todas las dificultades meteorológicas, las secuoyas se han elevado hasta esa  imponente altura. Y abrazadas a las piedras, como si estuvieran soldadas a ellas, se yerguen con mayor firmeza que sus cómodos compañeros en el manso suelo forestal de la parte baja de la montaña los prolíficos castaños de La Batllòria.

El satisfactorio crecimiento de esos árboles era una gran esperanza para mí y mis problemas endocrinos: la esperanza en la propia naturaleza de la vida.

Lo más delicioso era ver cómo la dorada luz solar penetraba en la verde espesura de los abetos, las raíces de los árboles formaban una escalera natural por la que yo ascendía jadeante hacia el Turó de l'Home acortando así el sinuoso camino que conducía al observatorio. Por todas partes había mullidos bancos musgosos, pues las piedras estaban cubiertas de las más bellas variedades de musgo de siete u ocho centímetros de espesor, como si fueran almohadones aterciopelados de color verde claro. Por todas partes, un delicioso frescor y un ensoñador murmullo del agua de aquel minúsculo torrente. Aquí y allá veía cómo el agua goteaba bajo las piedras con brillo plateado, bañando las desnudas raíces y las fibras de los árboles.

Ante aquella fuerza natural yo me inclinaba escuchando a un tiempo las secretas historias de la creación de las plantas y los tranquilos latidos del corazón del Montseny. En algunos lugares, el agua brota de piedras y raíces con mayor fuerza formando minúsculas cascadas creando entornos idílicos para reposar. El murmullo y el susurro mezclados con los trinos de las numerosas especies de aves sonaban maravillosos; la nostalgia quebraba con el canto de los pájaros, los árboles musitaban a mi paso como mil lenguas de muchachas; como con mil ojos de novicias me miraban las extrañas flores silvestres que extendían hacia mí sus sépalos, de singular anchura y graciosamente dentados; juguetones centelleaban aquí y allá los divertidos rayos del sol; todo estaba como hechizado, todo resultaba cada vez más y más misterioso; un sueño milenario cobrando vida y ... el amante aún sin aparecer.

Después de un largo reposo en el observatorio y una exploración ocular de un mapa orográfico en relieve en una de sus pequeñas estancias me despedí del famoso y solitario meteorólogo padre de diez hijos emprendiendo el camino hacia Sant Marçal con la intención de subir a Les Agudes.

                                                         Johann R. Bach

3 comentarios:

  1. me he hecho una idea del trayecto para andarines. de San Celoni al lago de Santa Fe, su vegetación, en especial de las secoyas, cuando la protagonista reanuda el camino al Turo de L,home.El pastor, las ovejas, muy bucólico. Al almuerzo, con el pastor, le añadiría una bota de vino tinto,

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  2. COMENTARIO DE XANA

    Me parece tan hermosa esta narrativa poética que hechiza ver el transcurrir de la vida de la amiga de Clara ,su búsqueda constante,sus esperanzas en la vida de la propia naturaleza como ejemplo de lucha

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  3. COMENTARIO DE XANA

    Me parece tan hermosa esta narrativa poética que hechiza ver el transcurrir de la vida de la amiga de Clara ,su búsqueda constante,sus esperanzas en la vida de la propia naturaleza como ejemplo de lucha

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