26 abr 2015

La universidad acabó y la dulce niña –ya licenciada- ha de emigrar a una isla grande y con muchos empleos

LA MARCHA DE LA LICENCIADA

 

A punto de amanecer

el cielo está encapotado y ella no tiene sueño. Sale al jardín y se sienta en el viejo banco de piedra.

 

A cierta distancia

unos ojos de cuero observan con indulgencia y cierta tristeza. Parece –piensa la abuela-

 

una virgen del siglo XIII,

altiva y sola; en todo el pueblo no hay ninguna como ella.

 

Por el prado descienden

las flores esmaltadas, las hojas de los árboles tintinean contentas porque se aproxima la lluvia y

 

el rojo de las amapolas,

extraño como un incendio compite con el del aluminio de la mesa redonda grabada con extrañas marcas como de arañas.

 

La luz del amanecer

empieza a lanzar sus hilos y acarician su rostro más luminoso que el paisaje.

 

A su izquierda hay un tejo

y sobre una de sus ramas está situado un halcón que anuncia que el alma está lista para emprender el vuelo.

 

Al fondo se ven las lucecitas del pueblo.

Aunque el autobús aún no habrá salido de su hangar su motor estará calentándose con su "run-run".

 

La abuela reemprende su tarea de ganchillo.

Los gestos necesarios para hacer puntillas para sábanas resultan cada vez más difíciles por la artrosis en sus largos dedos agudos.

 

Éstas de arañas –se dice a ella misma

mirando sus industriosas manos- son las que tantas y tantas riquezas han creado.

 

La abuela siempre pensó

que su hijo había muerto por la picada de una araña, pero realmente, la causa de que abandonara el trabajo en la mina fue una endocarditis aguda.

 

El médico de la mina

se lo había dicho varias veces: el corazón de su nenín se fue haciendo grande, grande… de forma que ya no cabía en la caja.

 

Fue por la miseria.

 

Ella y su hija ya viuda

traían brazadas de habas a la cocina para deshacerlas allí y con ellas venían las arañas. Todo era trabajar y trabajar.

 

No todo era triste:

una preciosa niña de grandes ojos de pájaro desarbolado, frente despejada y sonrisa ajena a las penurias ensayaba con su redonda caligrafía el dibujo de su nombre.

 

La universidad acabó

y la dulce niña –ya licenciada- ha de emigrar a una isla grande y con muchos empleos.

 

Sentada  ahí en el jardín

parece una virgen del siglo XIII y no es de extrañar que su madre, premonitoriamente, le pusiera el nombre de Victoria.

 

Las casas vecinas apagadas están huecas,

muerden estopa y acuclilladas esperan el retorno -incierto- de sus hijos o nietos.

 

En el caso de la abuela

de los ojos de cuero la fatiga y el gozo, suspende la condena semejante a las otras casas porque

 

piensa en lo más profundo de su pecho

que si hubiera una vida en la que ser dichosos sería allí.

 

                                                                   Johann R. Bach


2 comentarios:

  1. No,no todo era triste en este matriarcado tan del Norte,a pesar de la dureza de la vida en el trabajo,las abuelas como todas las abuelas ve a su nieta la más hermosa del pueblo,la habrá mimado más que a su hijo pero también le habrá enseñado más,sobretodo ahora que tiene tiempo mientras ,como la mejor artesana hila las puntillas de las sábanas y no le hablará de sus penurias ni dolores pasados ,pero sí de las dificultades de la vida con ternura positiva,es más que una nieta ,es la prolongación de su "neno"ahogado por el carbón,se siente orgullosa y visualiza un futuro mejor pero con el llanto por dentro ,sabe porque la conoce mejor que nadie que en su tierra ,la licenciada sería mucho más feliz que yéndose a a una Isla,lejos de los tejos y su. paraíso protector.Es un relato amargo pero cargado de tantos sentimientos...... Y centras en la abuela matriarca ,algo que también se pierde en este triángulo de mujeres al tener que emigrar la más joven como muchos de sus vecinos.Cuántas familias sienten lo mismo hoy,cuánta impotencia cuando se desvertebran familias a causa de la maldita inmigración en jóvenes más que preparados.!!Eres un gran artesano ,poeta!!

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  2. Sí, cierto. Artesano de la palabra, polifacético de la dicción con carisma y con don.

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