A PATRICIA
Eran casi las cinco
y aquel amanecer de agosto prometía pasar por mi lado, con suelas de oro, camino del bosque.
Yo estaba metido hasta las cejas
dentro de mi saco de dormir bajo el avancé de la tienda, junto al musgo rizado y brillante apartado de los otros y de ella.
Cuando salió
abriendo con cuidado la cremallera para no despertar a nadie, la seguí con los ojos.
Vi como lanzaba reflejos
verde claro sobre la grava blanca y plateada junto al riachuelo, como si esparciera a su alrededor cristales de malaquita.
Percibí sus pasos
silenciosos y ligeros, que despertaban del dulce y largo sueño a la asombrada hierba:
sus piernas
eran casi tan bonitas como las tuyas mi amor. Abrí los brazos y ella sólo miraba las altas ramas de los pinos, que se mecían silenciosamente,
aquí, allá, aquí, allá,
como si hubiesen de frotar el cielo casi azul ya hasta sacarle brillo. ¡Y era tan hermosa!
A mí me llovían
en los ojos puntitos plateados, espesos, cada vez más espesos, hasta que un brillo exuberante los aplastó con fuerza.
Cerré entonces los párpados.
Había luz en mi alma, y respiré hondo, tranquilo, el perfume fuerte y fragante del bosque…
Entonces comprendí
que estaba enamorado como ahora de ti.
Johann R. Bach
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